Opinión

El virus del miedo

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Por Luis Córdova.

¿De dónde sale tanto miedo? ¿De la inmanejable cantidad de información que nos llega por todos los medios? ¿De la inobservancia de los métodos para evitar la propagación del virus? ¿Del complejo de culpa de que atencionamos lo electoral mientras el mal surcaba los cielos para aterrizar en esta tierra caribeña cuya cálida hospitalidad es ahora su principal amenaza?

Aunque la autoridad médica gubernamental ha dado numerosas conferencias de prensa, y por fin habló el presidente de la república, lo cierto es que cobra vigencia la sensación garciamarquiana de que “algo muy grave va a suceder en este pueblo”.

Las medidas para los próximos quince días, que precisamente inician hoy, traerán un nuevo escenario en lo económico y político. El miedo es un factor a tomar en cuenta en la era global. Alguien nos dijo que el pánico mayor a nivel del mundo es politizar el asunto del COVID-19 porque puede terminar perjudicando los mercados bursátiles (sobretodo aquí que tenemos la copleja fórmula de “si sube, sube y si baja, baja”). Otro alguien recordó el “efecto mariposa” y de inmediato asomaron otros miedos.

Aunque las informaciones técnicas médicas del Covid-19 no se muestren del todo terribles, los números de infectados y las muertes hacen estremecer el mundo. Si bien es manejable y ya podemos contar con la apertura de laboratorios privados para realizar pruebas, el miedo no parece reducirse.

¿Miedo? ¿Miedo a qué? La sicología social tiene materia amplia para explicarnos ciertos comportamientos colectivos, la compra compulsiva de papel higiénico incluida, y el miedo global como posible arma en el contexto de la geopolítica.

En el patio el coronavirus se llevó en su calor la fiebre electoral. En un proceso eleccionario en el que ha sucedido lo impensable, terminamos las municipales con una de las mayores abstenciones de la historia y con un conteo muy lento para tan pocos votos. Aún así, a horas de cerrado el proceso, se calificó de “éxito total” un evento que se encontraba en pleno desarrollo. El trauma del 16 de febrero se explica en el número de los que no fueron a votar o en la apatía que ha significado el poder municipal por la inoperancia y populismo de muchos funcionarios de este nivel.

El miedo no dio espacio para los ganadores celebrar. No pudieron convocar a su consabida fiesta que es de rigor cuando “el pueblo” otorga el triunfo o “pela” como es ahora denominado.

Tampoco es el momento de pensar en pataleo. Aunque la indignación sea más grande que las irregularidades y se constaten los vicios del sistema, parece que no contaría ni con el aplauso, ni con el “respaldo moral” de sus correligionarios. Quizás por temor al contagio se evite “ponerle la mano en el hombro” a quienes no escucharon consejo.

Frisada la campaña presidencial y congresual, al menos por quince días, estos días ojalá que algunos políticos (aspirantes, aspirados, vencidos y vencedores, recién electos o reelectos) acojan con rigor la cuarentena, tanto en sus lenguas como en sus tuiteros dedos, pues también ellos constituyen, con sus temerarias acciones, el virus del miedo.

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