
El trato a los migrantes, en cualquier lugar del mundo, refleja el nivel de respeto a los derechos humanos que proclaman los países que los reciben. Ese respeto habla de nobleza y dignidad.
En varias ocasiones, nuestros obispos han abordado este tema, siempre apegados al Evangelio. Así lo hicieron el 8 de octubre del año 2024 cuando reconocieron el derecho que asiste a cada nación de aplicar sus leyes y políticas migratorias. Pero, también exhortaron a nuestras autoridades a que, en la ejecución de las mismas, se garantice la justicia y el respeto a la dignidad humana.
Se preguntaban: ¿Qué sucede durante el proceso de detención de los indocumentados? Vemos que se dan hechos reprochables,como aquellos en donde miembros de la Dirección General de Migración llegan a medianoche a lugares donde residen ciudadanos haitianos, derribando puertas para apresarlos, creando escenas desgarradoras.
Hay testimonios de familias que en estos apresamientos son despojadas de sus pertenencias, incluyendo el dinero que a base de mucho trabajo han ido ahorrando. Este cuadro desolador es la máxima expresión del maltrato y humillación. Estas prácticas no representan el cumplimiento de la ley, sino que se convierten en pillaje y ultraje.
Hacemos un llamado al Gobierno para que detenga estas acciones, que solo sirven para presentar en bandeja de plata a los organismos internacionales evidencias de los abusos cometidos, poniendo al país como violador de los compromisos internacionales, en cuanto al protocolo a seguir para repatriar a los migrantes.
Recordamos también lo que dijeron nuestros Obispos el 6 de julio del presente año: “Exhortamos a nuestras autoridades a que la aplicación de las políticas migratorias sea siempre conforme a los principios de justicia, equidad y respeto a la dignidad humana”.
Tengamos presente que un nacionalismo mal entendido puede llevarnos a cometer acciones atropellantes y vejatorias contra un ser humano.


