Por: Luis Córdova
Un amigo español me manda, horrorizado, imágenes de lo sucedido en Melilla. Aún no me he repuesto de ver, antes de ir a dormir, la nota de la tragedia de Texas.
Migrantes. Antes de la pandemia del Covid la agenda global se centraba en las migraciones, el agua dulce y las indignaciones que movilizaban las calles de las principales capitales (¿a dónde fueron a parar los chalecos amarillos?).
El papa Francisco, quien tiene la tarea de orar por el mundo entero, se ve afligido. En su corazón pesan estas muertes de esperanzas. Dice que recibió la noticia con dolor y que “el Señor nos abra el corazón y estas desgracias no sucedan de nuevo”.
Pero sucederán y no por falta de fe, sino todo lo contrario: por tener tanta puesta en otras tierras, menos en el que se nació. Seguirá existiendo quien se cuestione por nacer pobre, por haberle tocado la pobreza que duele hasta los huesos, por padecer del hambre que no sacia con pan, por espantarse la muerte que reposa como sombra en sus hombros.
Reconforta que hoy sea el día del Papa y saber que seguirá rezando