Por: Araceli Aguilar Salgado
Como era al principio, es ahora, y será siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Señor ten piedad Porque somos seres caídos (en el pecado), que nos equivocamos y enfadamos constantemente a Dios, lo cual nos hace permanentemente dignos de condena y castigo.
Además, porque todas las bondades que tenemos y que pedimos, las alcanzamos solamente gracias a la piedad de Dios y no por nuestras acciones y méritos propios; por eso, las pedimos implorando la compasión de Dios y no como un derecho que nos corresponde o algo que nos pertenece por justicia.
Esta pequeña oración nos enseña a condenarnos a cada instante, llevándonos a la contrición, la humildad, la redención, la esperanza en la piedad divina, la compasión para con nuestros semejantes y el recuerdo del justo juicio de Dios y la recompensa que recibirá cada uno por sus acciones.
Por lo que hoy fatigados, cansados esta es la palabra que mejor describe el estado en que se encuentran muchas personas ahora que hace más de año de la declaración de la pandemia de COVID-19.
La sensación de fatiga va más allá del nivel físico existe una fatiga espiritual, una buena manera de describirla es el lamento.
El autor del Salmo 6 ha plasmado los sentimientos que muchos creyentes cristianos han expresado durante este último año:
¡Nos sentimos desfallecer! ¡Estamos apenados! ¡Estamos abatidos! ¡Lloramos! ¡Estamos afligidos! ¡Estamos agotados!
Nuestra capacidad de reconocer y vernos reflejados en este mar de emociones no es algo contrario a nuestra fe.
Expresar que nos sentimos abandonados por Dios no significa perder la fe en la soberanía suprema de Dios.
Pues incluso Jesús en la cruz exclamó a gran voz, lamentándose, “Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34).
Las oraciones de lamento son importantes en nuestra fe porque nos permiten atender nuestro dolor.
El lamento hace que otros puedan acercarse a nosotros y nos quiten o alivien nuestro miedo al hacer frente a nuestras pérdidas y nuestro sufrimiento.
Además de ser bueno y necesario, lamentarse ante Dios conduce a una confianza más profunda en la fidelidad de Dios.
Cuando imploramos a Dios lamentándonos, pidiendo su atención no solo a nuestro propio sufrimiento, sino también al de los demás, se nos recuerda que no debemos perder nuestra fe y que debemos confiar en el cuidado providencial de Dios.
Por lo tanto, podemos afirmar: Dios ha escuchado nuestras oraciones de lamento y responderá. Empezamos con lamento.
Continuamos con fe. Terminamos con esperanza.
Dios inmortal, da fuerzas a tu pueblo y ayúdanos en nuestra lucha contra este virus invisible.
Dios de esperanza, haz que los destellos de esperanza sigan iluminando nuestras vidas mientras no cesen nuestras lágrimas de lamento para que no perdamos la confianza en ti.
Que el Señor les bendiga y les guarde; que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ustedes, y tenga de ustedes misericordia; que el Señor levante hacia ustedes su rostro, y ponga en ustedes paz
No hemos salido indemnes de la pandemia, la fe en el gran Supremo creador del universo no nos ha inmunizado contra la infección y el impacto del nuevo coronavirus (COVID-19).
Seguimos luchado por la supervivencia cuando los confinamientos han tenido consecuencias negativas en nuestras vidas y estado espiritual, mental y psicosocial se han visto sacudidos en todos los aspectos.
Unámonos y dirigimos nuestras voces juntas hacia el Cielo en la oración como Jesús nos enseñó: Padre nuestro…
Danos la fuerza de tu hijo Jesús para vencer los momentos duros y tu sabiduría para tomar las mejores decisiones
Gloria a ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Araceli Aguilar Salgado Periodista, Abogada, Ingeniera, Escritora, Presidenta del Congreso Hispanoamericano de Prensa, Analista y comentarista mexicana, del Estado de Guerrero, México.