De manera reiterada escuchamos en los medios de comunicación y en conversaciones privadas, la afirmación de que en el país no existe una “real oposición política”.
En la generalidad de los casos el enfoque, más bien reclamo, es que el gobernante Partido de la Liberación Dominicana (PLD), se encuentra cómodo porque “no se siente”, que el principal partido opositor, el Revolucionario Moderno (PRM), ejecute acciones que logren la atención y el convencimiento de que le sea posible lograr el poder a corto plazo.
Los estudiosos de ciencia política no terminan de llegar a un consenso sobre el tipo de sistema de partido político de la República Dominicana actual. Para algunos no existen distancias ideológicas entre los que gravitan en torno a la conquista del poder y esto hace que sea un sistema de partido predominante; otros aseguran que el desdoblamiento de un partido tan grande como el PLD, posibilita que sea oposición y gobierno a la vez, sin llegar a amenazar la composición hegemónica de la dirección y retención del poder.
Viendo el nivel presidencial el análisis pudiera ser cierto y recaer en las fuerzas políticas opositoras la culpa de la inercia que los frisa en las encuestas y en lo que más debe preocuparles, la percepción.
Partiendo de los escenarios al 2020, lo local (la democracia en los municipios) tiene particular importancia e incidencia porque tendrá que arar con sus propias fuerzas las cruentas praderas del posicionamiento y atención. En ese sentido, la misma pregunta se hace con los actores de manera inversa: ¿está haciendo oposición el PLD en las alcaldías dirigidas por el PRM o las demás fuerzas opositoras?
En el ámbito electoral y legislativo las oposiciones partidistas cumplen misiones relevantes para el equilibrio del sistema y para el buen funcionamiento de la democracia, respetando las instituciones constitucionales que no aceptan ni desplantes, ni ausencias pues ese respeto y subordinación, por ejemplo con el Consejo Nacional de la Magistratura, es algo que debe sobreponerse a la circunstancialidad populista.
La revisión debe ser profunda, no detenerse solo en nombres. Debe ser revisada la función opositora, es decir, qué debe hacer más allá del electoralismo, de lo meramente electora, las fuerzas políticas.
¿Cuáles son las expectativas de la ciudadanía? ¿Están en sintonía los intereses de los “dirigentes opositores” con la agenda de necesidades? ¿Cuándo se habla de “oposición” nos estamos refiriendo todos a lo mismo?
Las respuestas no están en los indicadores de encuestas, sino en la interpretación de éstas y la atención de los discursos de los actores. Mientras eso sucede los partidos grandes, medianos y pequeños, se requiere que trabajen en el convencimiento de que son diferentes unos de otros y en capacidad de dirigir los destinos del pueblo dominicano.
La búsqueda de respuestas a si existe o no oposición, es un claro síntoma de que la ciudadanía activa busca quien cumpla el rol de construir un sólido contrapoder, ojalá lo encuentre por el bien de una oposición institucionalizada, requisito fundamental para el buen funcionamiento de un gobierno democrático.