Por: Rafael A. Escotto
«A veces hago lo que deseo hacer. El resto del tiempo hago lo que debo. « – Cicerón.
Con el título de este artículo no pretendo en modo alguno escribir una novela como «Espartaco, el gladiador«, de la autoría del novelista keniano Ben Kane. Sin embargo, como escritor y novelista dominico-estadounidense estoy en capacidad de escribir este trabajo bajo este subjetivo encabezamiento.
¿Qué me produce incursionar en este tema, «Hipólito Mejía, el gladiador de bronce«?. Para mí el expresidente Mejía representa en la política dominicana la figura con la grandeza de un púgil desafiante que cada vez que sube al cuadrilátero electoral genera, a pesar de su edad, un entusiasmo en la población tan encendido como sorprendente.
Este pugilista político tiene los movimientos de un artista del ring de la espectacularidad de un Mohammed Alí en sus mejores tiempos; Mientras baila en el cuadrilátero frente a sus opositores más jóvenes, su figura provoca e intimida a sus contrincantes.
Es como si este gladiador criollo llevara en sus venas la sangre de Espartaco, aquel tracio, de la tribus de los Medas, que ha desarrollado la capacidad para resistir y superar las legiones de rivales en la política dominicana.
Resulta edificante para la juventud observar la firmeza y los bríos de este hombre setentón que no se agota ni sus puños dejan de pegar uppercut directamente a la mandíbula de sus oponentes con la fuerza adecuada.
Hago esta consideración sustentándome en el proceso de maduración o al punto de máxima plenitud política que ha vivido el candidato Hipólito Mejía quien todavía estiras sus piernas como un atleta que se prepara para una olimpiadas, sus reflejos y pericia parecen aceptables para competir y confrontar a contendores dentro y fuera del Partido Revolucionario Moderno que exhiben una fuerza electoral arrolladora.
Creo firmemente que Hipólito es el gladiador de bronce de la política dominicana. Su gran capacidad de competición reside en su sagacidad, en su estilismo y en su swing al moverse sobre el cuadrilátero plebiscitario.
Se dice sobre este fenómeno humano de la política criolla, que Hipólito tiene la picada tan letal como un gallo de pelea jerezano, el olfato político de un elefante y el orgullo de un lobo. Así me atrevería yo clasificar a este monstruo de la política dominicana.
Hipólito suele confundir a sus opositores en la política con su lenguaje campechano de muy buen humor, propio de sus raíces cibaeña-castellanas que al decir ciertas palabras después se les da la importancia que cada cual quiere.
Campechano es un gentilicio de los habitantes del Estado de Campeche, en la península de Yucatán, México. Algunos medios de comunicación le han aplicado el término de «campechano« al rey emérito Juan Carlos I de España, es decir que el gurabero no está solo en esta especie.
Resulta encomiable ver al expresidente Mejía Domínguez a su edad recorriendo todas las regiones y campos del país con fogosidad indetenible tratando de posesionar al Partido Revolucionario Moderno (PRM) frente a los demás partidos que compiten, algunos con la ventaja que le confiere el poder y otros no se sabe por qué razón. Hipólito es de los hombres que usa el tiempo sabiamente, administrando sus energías y creatividad política con certidumbre.
No descarto que el expresidente Hipólito Mejía haya leído el magnífico libro del periodista estadounidense Tony Schwartz y el psicólogo Jim Loehr, cofundador de Johnson & Johnson Human Performance Institute: «El poder del compromiso total: administrar la energía, no el tiempo, es la clave para un alto rendimiento y renovación personal«.
Escribo este trabajo resaltando las virtudes físicas y mentales de este político atípico y su agresividad en el campo de la política, porque merece dedicársele unas cuartillas a su estelaridad, a su soberana expresión, a su franqueza y a su entereza, cualidades que en este ser humano proliferan, como aquellas plantas que le proveen muchos beneficios al terreno evitando la erosión de los suelos.
Para Hipólito Mejía, nuestro gladiador de bronce, vaya esta frase del Senador Tiberio Sempronio Graco, el más notable político popular romano: «El corazón que late en Roma no es el mármol del senado, es la arena del Coliseo.
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