Por Manuel Vólquez
Hace cuatro décadas fijé la atención en una breve promoción radial, muy significativa, que difundía una emisora de Santo Domingo cuyo eslogan decía lo siguiente: “Dominicanos, el agua es vida; no la desperdicies”. Más adelante, leía con frecuencia el lema: “Agua que hoy desperdicias, mañana la echarás de menos”.
Son dos mensajes que procuraban crear conciencia en la población respecto a la adecuada administración y consumo de ese vital líquido sin el cual no sería posible la existencia de los seres vivos que conviven en el planeta Tierra. Para cuando se grabó esa promoción, República Dominicana tenía suficientes fuentes acuíferas y no había, como ahora, tantas advertencias de sequías. Tampoco éramos tantos habitantes, pues en el 1970 éramos a penas 4,5 millones.
Según el V1 Censo Nacional de Población y Vivienda, la República Dominicana cerró el 1981 con una población de 5.781.000 personas, lo que supone un incremento de 129.000 habitantes, conformados por 65.884 mujeres y 66.082 hombres, respecto a 1980, en el que la población fue de 5.652.000 individuos. Hoy somos 11.117.873 personas, según el censo de 2022.
A partir del 1981, las ciudades nuestras han tenido un acelerado crecimiento vertical (edificios de torres de más de diez pisos) y horizontal (viviendas de uno a tres niveles), fruto del invasivo éxodo hacia la zona urbana de gentes provenientes de las diferentes zonas rurales. Es decir, de acuerdo con una ecuación matemática, a mayor cantidad de habitantes, más consumo habrá de alimentos, bienes y servicios, especialmente de agua potable.
El agua es la fuente de toda la vida en la Tierra. Su distribución es muy variable: en algunas regiones es abundante, mientras que en otras escasea. Sin embargo, contrario a lo que muchas personas creen, la cantidad total de agua en el planeta no cambia.
Pese a la buena intención de los citados mensajes, los humanos siempre hemos sido pocos cautelosos en el manejo del agua potable. El derroche irresponsable de esa sustancia en el hogar o centros comerciales se ha convertido en una repugnante cultura de nunca acabar. Esa realidad la vemos a diario en nuestro país con los lavaderos de automóviles de negocios instalados sin ninguna supervisión en calles y avenidas y en individuos cuando lavan vehículos en las marquesinas de las casas (naturalmente, no pagan ese servicio). Las llaves y mangueras se mantienen abiertas, mientras se coloca la espuma y se cepillan las gomas. Lo mismo ocurre cuando lavamos los platos en la cocina, nos bañamos bajo una ducha o regamos las plantas.
Es un problema que no ha calado en la conciencia del humano y que preocupa a los científicos y organismos internacionales, quienes pronostican que estamos a punto de quedarnos sin agua de consumo doméstico y de cultivos por la aridez de los ríos. Otros dicen que ese líquido nunca desaparecerá de la faz de la tierra.
Sabemos a través de estudios científicos que la disponibilidad de agua promedio anual en el mundo es de aproximadamente 1,386 millones de km³ (kilómetros cúbicos), de estos el 97% es agua salada, el 3%, es decir 35 millones de kilómetros cúbicos, es agua dulce y de ésta casi el 70% no está disponible para consumo humano debido a que se encuentra en forma de glaciares, nieve o hielo. El 30% del agua dulce del mundial, se encuentra en la humedad del suelo y en los acuíferos profundos.
Cuando el agua de la lluvia cae sobre la superficie de la Tierra se une a los pequeños canales que se van formando en las vertientes y abre, de esta manera, infinidad de cauces efímeros. Parte de esta agua se evapora, se infiltra y circula por medio de los ríos, arroyos y manantiales. Estos forman las cuencas hidrográficas, que tienen un papel fundamental en el ciclo del agua pues en ellas circula el agua dulce de los sistemas fluviales hasta llegar al mar, donde desemboca.
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) lo viene advirtiendo de manera sostenida. En el 2014-2015 publicó un estudio muy elocuente en el que precisaba con propiedad a lo que nos enfrentamos.
Lo cierto es que la escasez de agua es un fenómeno natural, pero inducido por los seres humanos. Se afirma que aun cuando hay suficiente agua dulce en el planeta para satisfacer las necesidades de una población mundial de cerca más de ocho mil millones de personas, su distribución es desigual tanto en el tiempo como en el espacio, y mucha sustancia es desperdiciada, contaminada y manejada de manera insostenible.
Sin embargo, para la Unesco no existe en el mundo sequía de la sustancia como tal. Destaca que hay un número de regiones que sufren esa situación, esto debido a que el uso de este recurso ha crecido más del doble en relación con la tasa de incremento poblacional en el último siglo. Cerca de una quinta parte (1,600 millones) de la población mundial, habita en áreas que enfrentan escasez de agua, y otro cuarto (2,000 millones) enfrenta recortes en el suministro motivado a que carecen de la infraestructura necesaria para tomar agua de los ríos y acuíferos.
No obstante, esa institución admite que “la escasez de agua puede empeorar a causa del cambio climático, especialmente en zonas áridas y semiáridas, que ya de por sí presentan estrés hídrico. Así, la protección de los recursos de agua dulce mundiales requiere que el impacto de origen humano sobre el medio ambiente y el clima sea abordado de manera integrada. Es de importancia crítica invertir en programas que protejan el medio ambiente natural, conserven los recursos hídricos y los utilicen de manera eficiente”.
En efecto, plantea que la contaminación del preciado líquido ha devenido en una de las grandes amenazas para la disponibilidad. La acelerada urbanización, el incremento en las actividades agrícolas, el uso de fertilizantes y plaguicidas, la degradación del suelo, las altas concentraciones de población y la deficiente eliminación de desechos, afectan la accesibilidad de los recursos de agua dulce.
Yo agregaría la falta de conciencia humana. Esa es la realidad a la que siempre nos enfrentaremos. Mientras, continuamos de forma contundente e irracional derrochando el agua que nos mantiene vivo, nos facilita la alimentación a través de la producción agro industrial y ayuda a sofocar los tenebrosos incendios. En una verdad irrefutable, pues solo valoramos esa sustancia cuando escasea. Pero así son los humanos: derrochadores de origen y torpes en el comportamiento.