Por Apolinar Núñez.
Rep. Dom. -Los derechos humanos se reclaman con palabras cargadas de angustia y de aflicción, de entusiasmo y de optimismo.
Constantemente, se nombran comisiones para que vigilen su fiel cumplimiento, los defiendan ante cualquier amenaza patente o posible que puedan dirigir los déspotas, los autócratas, los dictadores, los tiranos y los que juegan a demócratas.
Cabe resaltar las necesarias luchas de los hombres para que se les reconozcan sus valores, sus esencias, sus derechos civiles y sociales, los derechos de los pueblos en todas las estaciones y en cualquier pedazo de geografía.
Quizás el derecho más violado en nuestro país sea el de nacer, el de procrear hijos y lanzarlos al mundo sanos y con múltiples opciones de crecer bien nutridos y felices.
Otros derechos violentados sistemáticamente son el de la educación y el de vivir en un mundo armónico o ecológicamente equilibrado.
Pero es la impunidad frente a los delincuentes, la venalidad de los jueces que no castigan con ejemplaridad lo que más impide que haya respeto a los derechos ciudadanos.
Tal vez habría que demandar una vez más que el mentado Poder Judicial se aferre a una rigurosa y sistemática depuración de los jueces hasta que sean tan idóneos y eficaces que cualquier dominicano que acuda a ellos encuentre sumisión y reverencia ante la ley.
Cuando así suceda, no habrá hospitales sin jeringuillas ni municipios ofertando agua contaminada ni 3,200,000 de dominicanos sufriendo miseria ni habrá torturas en los cuarteles ni miedo a hablar en nombre de la paz.
No esperemos milagros instantáneos, pero sí pequeñísimas tomas de conciencia en los adultos con capacidad para requerir una vida más dichosa para los indigentes, los pobres, los que siempre son los más violados, lo más animalizados, los más alienados aquí y en cualquier pedazo de geografía insular o continental.
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