Por Luis Córdova
El domingo pasado se completó un primer tramo de los aspirantes presidenciales de los principales partidos políticos, aunque no han sido convocados oficialmente para elegir quien encabezará la boleta “A”, el domingo 19 de mayo de 2024.
Sin dudas que Miguel Vargas, a regañadientes de algunos, ha demostrado ser un eficiente gerente en su paso por la administración pública en especial el último y más encumbrado de todos, la Cancillería.
¿Es buen momento para Miguel?
Los políticos dominicanos apuestan a la circunstancialidad: a que un halo de misterio los arrope de suerte y, como decía el viejo caudillo, “las circunstancias decidan”. Antes del pasado proceso ya la masa votante, predominantemente joven y mal informada, daba señas de interesarse por las “celebridades políticas” (estridentes y mediáticos) y en eso, una persona tan formal y adusta, no le favorece.
Las siglas pesan pero, ¿qué tanto? El PRD no puede reivindicar las banderas de ser la redentora de los pobres porque Miguel, por obvias razones, no puede ser ese Mesías, y segundo porque las cúpulas de todos los partidos se han oligarquizado.
El PRD camina sobre el filo de la navaja: los adversarios internos queriendo dividir lo dividido y un PRM que desde el gobierno se ha empeñado en conquistar a cada dirigente.
Miguel, que es astuto e inteligente, sabe el tamaño real de su partido. Sabe lo que pesa y cuesta una candidatura y conoce el amargo de la traición porque la padeció. El único camino es Peña, el ícono ignorado, marginado por los demás partidos porque no cabe en el nuevo discurso.
Peña está más muerto que nunca. Miguel debe rescatarlo del olvido. Las nuevas generaciones no lo conocen, está llamado a sorprender con su legado. Por eso es inteligente volver a “primero la gente”, el lema con el que casi gana la presidencia.