Opinión

Ni entierro, ni tiempo para velatorio, ni luto

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Por: Rafael A. Escotto.

 

Señora, ¿pero cómo es que no anda de luto? Su marido murió ayer nada más. Salió en los periódicos, lo leí. Decía que falleció en el Hospital Metropolitano por causa del coronavirus. ¡Qué cosa más terrible! Y usted, como si nada hubiera sucedido. ¡Era mi amigo! —exclama el hombre extrañado por la presencia de la mujer de su amigo.

¡Pero no, no, no lo puedo creer! Nada más hace una semana estuve en casa y estaban ustedes dos de amores. ¿Me recuerda? Escuche usted señora, le pregunto: ¿Usted ni siquiera veló al pobre marido? ¡No lo puedo creer! ¡Se fastidió este mundo! —prorrumpió alarmado.

Tanto es así, señora, que yo los invité a ustedes dos a un día de playa. Recuerdo que disfrutamos mucho y ustedes dos caminando abrazados a orillas de la playa; los recuerdo a ustedes dos como si fuera este mismo instante… Sí, sí, los dos lucían tan amorosos debajo de un sol radiante. Inclusive, señora, guardo una foto de ese día —le informa con cierta emoción.

¡No, no, no lo puedo creer, señora! ¡Es que no! ¡Me resisto a creerlo! ¡Este debe ser el fin de este mundo! ¡Dios mío!; usted, señora ni siquiera tuvo tiempo para llamarme a mi teléfono móvil. Usted sabe cómo éramos su marido y yo de amigos —continua aquel señor quejándose incesantemente.

Además, señora, la última vez que mi amigo —su marido— fue a mi taller de mecánica ustedes andaban juntos, agarraditos de la mano. Entonces, yo no acabo de aceptar cómo es que usted no anda de luto. Alguien que me lo explique, porque yo no alcanzo a comprender.

Aquel  hombre, en su estado de asombro, no dejaba que la señora hablara para explicar su caso.

En medio de aquella difícil situación en que se encuentra aquella señora se le acerca otro viejo amigo del esposo fallecido y saluda al amigo y a la mujer del muerto e inmediatamente aborda a la dama de esta manera:

«Supe por los periódicos sobre la muerte reciente de su marido. Lamento lo sucedido. Este virus está acabando en el mundo. Reciba mis condolencias, señora. La vi tan elegantemente vestida que me paré por pura casualidad, puesto que no podía entender verla a usted sin luto ante la muerte de su marido tan reciente», acomete este otro hombre.

En este momento interviene el otro amigo: «Eso mismo le acabo de decirle yo a ella, ¿verdad?

Y pregunta: «Por la manera que ustedes dos se saludan, supongo que usted era muy buen amigo de su marido, ¿no es así?

Y responde: «Éramos más que amigos, casi hermanos!»

La señora observaba el diálogo entre los dos hombres. El que acababa de llegar le dice al otro: «Ahora estoy reconociéndole, usted es el mecánico de la calle 20».

«Si, sí, eso es así, así es». Y le recuerda a aquel hombre: «Usted ha estado en mi taller».

A todo eso la señora ha quedado varada en medio de los dos zutanos y no haya cómo despedirse de ellos. Mientras trataba de zafarse de aquel encuentro tan molesto se le acerca una dama, quien fue vecina suya hace algunos años.

«Hola, ¿cómo te sientes después de la muerte de tu marido? Imagino cómo te has de sentir por dentro, pues por lo que veo por fuera, luces bella con ese traje con unos colores que te asientan muy bien», le dice la doña con halagos, pero el obsequio no deja de tener su puyita por dentro.

«Oye, y lo joven que quedaste. ¿Verdad? ¿Qué dicen estos hombres de eso?», pregunta la señora.

Los hombres se miran a la cara el uno al otro y se forma entre los dos un silencio, más de aprobación que de cualquier otra cosa.

Vuelve y arremete la señora: «¿Te digo algo mi amiga, yo como tú, una mujer bonita, que le puede gustar a cualquier hombre, no me pusiera ningún luto», aconsejó.

«Mira, el luto es una hipocresía social. Además de eso, tú no lo pudiste ver morir, no lo enterraste ni tampoco dejaron que lo velara, solo te queda ese vacío por dentro porque no alcanzaste a sepultarlo», indica la dama amiga.

Uno de los hombres interrumpe a la dama amiga, quien pretende mostrarse una mujer sin inhibiciones y práctica. «Yo creo que ella debe llevar luto aunque sea durante el novenario», sugiere.

«¿Y quien puede decidir por ella? Ni siquiera sus padres pueden inmiscuirse en su vida privada. Ella es una mujer mayor de edad, no tiene que pedirle permiso a nadie», le contesta la señora en un tono desabrido.

Mientras los dos amigos y la amiga del difunto exhiben sus disparidades de opinión sobre el luto la viuda ha quedado turbada en medio de aquella discusión sobre una decisión que solo a ella le pertenecería tomar, en definitiva.

«Déjense ustedes dos de hablar pendejadas. Yo soy una mujer que pienso como tal y ustedes como hombres. No me digan los dos que si ustedes encuentran esta mujerona, como es ella, mal puesta se la roban porque se la roban, con luto y sin luto, siendo amigos del muerto o enemigos», aseguró la dama ante la sonrisa disimulada de la viuda.

«Está bien que ella guarde sentimientos por su difunto marido. Pero, díganme, ¿se va ella a pasar toda su juventud pensando en algo que dejó de existir y que no existirá jamás? Él hizo, lamentablemente, un vuelo sin retorno al más allá», afirmó.

El mecánico le recordó a la dama: «Su marido fue un buen compañero y ella también, supongo yo, por lo que ella debe guardarle respeto a su persona aun después de muerto, eso es lo que yo pienso», manifestó.

«Dejemos ir a la amiga, que lo que estamos diciendo aquí a ningunos de nosotros nos viene ni nos va. Y recuerden el proverbio que reza: “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”», dijo la dama y se marchó riéndose de aquellos dos hombres.

«Vete mi amor a hacer tus diligencias, que estos dos lo que quieren es tenerte ahí parada admirando tu hermosa figura de mujer. Ojo, que cualquier día de estos se te aparece uno de ellos a tu casa con el pretexto de ver si tu necesitas algo», advirtió la señora amiga.

La viuda se aleja de aquel lugar moviendo su cabeza de un lado a otro, como si no creyera aquel encuentro y mientras caminaba sonríe. Ella se para brevemente en la esquina y un apuesto caballero se detiene y la observa fijamente de arriba abajo y le dice: «La muerte tiene una sola cosa agradable: las viudas». Y ella le sonríe guiñándole un ojo con disimulo.

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