Opinión

Nuestras ruralías

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Por Apolinar Núñez

Nuestra alicaída economía nos oferta una tasa de desempleo que no cesa de crecer.

Abundan las empresas que programan y ejecutan persistentes cancelaciones, suspensiones de puestos o departamentos improductivos.

El declive en las nóminas de pago se explicita con más pujanza en el sector agropecuario, donde la naturaleza inhóspita o las violentas invasiones de tierras presionan a los propietarios a deshacerse de empleados.

La reducción de las nóminas de pago en nuestras ruralías se debe también a la tímida, escasa inversión pública en infraestructura, en educación, en salud, en agua potable, en electricidad.

Cada día tenemos menos fuerza laboral joven y capaz cuidan surcos, recogiendo cosechas.

El desempleo en nuestros campos lo estimulan, por igual, la ausencia de atrayentes políticas crediticias a largo plazo y a intereses blandos o preferenciales acompañados de rigurosa supervisión, de eficiente asesoría para que realmente el dinero se invierta con vocación de rentabilidad, de mejoría permanente de la productividad.

Urge, pues, suministrarles paquetes de estímulos a nuestros agricultores para que estos no continúen lanzando desempleados.

Mientras persista la desidia gubernamental, la negativa de hacer contundentes inversiones en nuestras ruralías, seria pertinente que la banca sana, las instituciones financieras que apoyan a las medianas y pequeñas empresas, las asociaciones de desarrollo y los servicios sociales de las iglesias vuelquen sus recursos en los conucos, en las fincas para que las ciudades no prosigan llenándose de indigentes, de indignantes chozas de cartón y hojalata y para que tantos dominicanos no se vean precisados a buscar paraísos en naciones donde duele ser dominicano, extranjero.

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