Opinión

Pablo Neruda, frente a su Isla negra

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Por: Rafael A. Escotto.

A los poetas, Rafael P. Rodriguez y Luis Jose RodriguezTejada.

«Para coger el sentido de la muerte en la poesía nerudiana, es preciso vislumbrar el ansia de vida que vibra y palpita en cada uno de sus versos, en los chispazos geniales de su poesía humana. Neruda es un poeta-hombre». (Clarence Finlayson)

Caminaba a pasos lentos por las calles de aquel cementerio; Iba leyendo los nombres de los muertos. Algunas tumbas tenian nombres conocidos. Otras se veian con las puertas abiertas sin ataúd adentro. Y me pregunto: ¿Se habran marchado sus ocupantes? En una de ellas solo veo flamear la bandera chilena y un ramo de rosas blancas mustias en el vestíbulo del mausoleo.

Me aproximo al cuidador del cementerio tratando de indagar sobre los restos del ocupante en la tumba donde solo quedó flotando la bandera chilena y una rosa blanca marchita y me responde un señor regordete, con una boina gris cubriéndole su pelo entrecano:
«¿Usted se refiere al poeta chileno que escribió Cien sonetos de amor?»  «¡Si ese mismo!» y me responde con cierto dejo de pesar:  «Hará unos días que exhumaron sus restos y lo llevaron a enterrar a su última morada en Isla Negra, en la costa central chilena», -me contesta con lamento.

Mientras apresuraba mis pasos, a pena alcanzo tomar el autobús que me llevaría a un encuentro con el autor de Veinte Poemas de amor y una canción desesperada, Pablo Neruda. Llego al cementerio sembrado de solemnes cipreses.  Un hombre ataviado a lo Neruda viene a mi encuentro y me habla:
«!Señor, no le habia visto antes por Isla Negra!» y le digo: «Es que vengo tras las huellas de Neruda, el poeta chileno, Nobel de Literatura». seguidamente inquiere: «¿Es usted poeta o escritor?» y contesto: «Soy escritor y vengo de tierras lejanas». Prontamente, me conduce a una tumba y me señala con rostro entristecido: «Ahi descansa el poeta iluminado. El más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma», como afirmara Garcia Marquez.

Una vez frente a la tumba, me quito el sombrero en señal de admiración. Sobre su mármol observo una carta escrita desde el insomnio por el poeta sirio Ali Áhmed Saíd Ésber, mejor conocida como Adonis.  Me inclino sobre la losa y leo: «mi tinta es piedra, polvo las yemas de mis dedos».

Unas damas vestidas de negro y bufanda del mismo color, abren una tabla y comienzan a leer poemas de Neruda:
«En los oscuros pinos se desenreda el viento/Fosforece la luna sobre las aguas errantes./ Andan días iguales persiguiéndose/ Se desciñe la niebla en danzantes figuras/Una gaviota de plata se descuelga del ocaso/. A veces una vela. Altas, altas estrellas/. O la cruz negra de un barco/. Aquí te amo/. Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte/. Te estoy amando aún entre estas frías cosas»

Me les acerco y otras personas también se acercan al grupo de damas. De pronto sentimos un silbido y voces de ultratumba. Pero no nos dio miedo. ¿Por qué Neruda dispuso en su Canto general: «Compañeros, enterradme en Isla Negra, frente al mar que conozco, a cada área rugosa de piedras y de olas que mis ojos perdidos no volverán a ver».

Me alejo unos pasos del grupo y en un costado del mausoleo leo un pequeño testamento con esta inscripción: «Dejo mis viejos libros, recogidos en rincones del mundo, venerados en su tipografía majestuosa, a los nuevos poetas de América, a los que un día hilarán en el ronco telar interrumpido las significaciones de mañana».

Después de leer aquel epitafio, me aferro a uno de sus viejos libro, Canto General, qie habia comprado en la ciudad: un clásico de la literatura hispanoamericana y de la poesía universal del siglo XX, al que Neruda llamó: «Mi obra más importante».

Le pregunto a una de las damas qie observaba aquella tumba, casi ausente, vestidas de negro con bufanda del mismo color, que en su mano apretada llevaba una rosa blanca:
«¿Sabes qué día es hoy?», le pregunto en voz baja, como si no quisiera despertar de su eterno sueño a aquel poeta apasionado y cálidamente humano, y ella me contesta con sus ojos lagrimosos, color verde mar:
«Veintitrés de septiembre…»

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