Por Luis Córdova.
La idea parece que prendió por el Este y sucedió en las elecciones de medio término (municipales y congresuales del 2010). Algún resultado positivo debió tener para ser replicado profusamente en los torneos que le sucedieron.
Ante las restricciones que impuso la Junta Central Electoral, cumpliendo con las disposiciones de la Ley 15-19, la sagacidad de los aspirantes no se hizo esperar: sin hacer la ley, crearon la trampa. Hablamos de la genial idea de políticos asumir programas de televisión, por lo general de panel, y quizás por asuntos de presupuesto en la televisión local.
Impedidos de actos masivos y propaganda en las calles buscaron espacios en la programación con el interés de proyectar su figura. Las líneas graficas de los afiches son las mismas que componen su “oferta televisiva” y adornados con los colores de sus partidos ocupan los espacios publicitarios de calles y avenidas para aparecer en la pantalla chica con la misma sonrisa falsa de los afiches, pontificando sobre cualquier tema que colinde con sus intereses.
Es un nuevo modo, el esquema anterior consistía en lograr entrevistas en espacios de corte político de amplia audiencia. Los “media tours” que recomiendan los asesores tienen una serie de trucos para hacer eficiente la aparición que dista mucho de la exposición mediática a la que se arriesgan con este método, de ser ellos los anfitriones, conductores y productores de “programas”.
Sin duda vence el ego. La seducción de verse y de que lo vean va más allá de las lagunas conceptuales que exhiben, la poca pericia en algo tan técnico como es la televisión. No exponen, se exponen.
El ardid va en partida doble haciendo daño: se abren a una competencia en un sector delicado como la prensa, se trata en muchos casos de un “premio de consolación” de proyectos políticos derrotados que encuentran en hacer un programa la vía para acceder algún financiamiento.
El otro es que confíen en tener un supuesto nivel de información y con eso ser atractivos a la audiencia. Pero estar informado de acontecimientos, no es estar al mismo nivel de conocimiento. La información, en sí misma, no lleva a comprender el contexto en el que suceden los hechos, incluso de aquellos de los que dicen estar en contacto con fuentes primarias. Se requiere la independencia del comunicador que no tiene el militante.
Si permanecieran como políticos no sería importante, pero al serlo de manera televisada comprometen su accionar.
Son dirigentes en la televisión. Su trabajo no es defender la objetividad de quien opina para ofrecer orientación, pues se nos ha dicho que la televisión “informa”, y en muchos casos el interés particular lleva a que un hecho sea servido como “desinformación”, que no equivale a decir una mentira sino a informar mal, distorsionar, armar falacias.
Tengan o no televidentes que lo sigan este formato poco sirve al partido (o la tendencia) a la cual pertenezca, la credibilidad se exige tanto como la calidad. Para lograr atención es suficiente un uso inteligente de las redes sociales y administrar su figura en los medios. Una muestra es que en el país, como el contexto de Latinoamérica, quienes prefieren el tema político se concentran en el whatsaap, posicionado como rey en las mediciones mientras termina la discusión de si es o no una red social.
Pero que este tipo de opciones se produzca, con amenaza de que se extienda más allá del tiempo electoral, mueve a una de esas preguntas que dudamos encontrar respuesta a estas horas de la libre empresa: ¿Dónde está la profesionalización del productor de televisión?
Sobre quién decide lo que es noticia y el liderazgo del periodista que guía la información, hablaremos más adelante, sin dudas, hay tiempo.