Por Luis Córdova
Sin advertirlo pasamos de aplaudir a unos delfines que saltaron a la escena nacional a pulpos análogos, digitales o eléctricos. No fue necesario tender carpas para el circo. Unos buzos, expertos en acrobacias mediáticas, se agenciaron los mass media para meterse en las profundidades a sacar de su hábitat algunas especies que solo conocíamos servidas en platos.
El público asiste expectante a un acuario que se abre a su misma exigencia. Aunque no conocen las características de las especies marinas, ni las condiciones desde la cual surgió el inventario de los pescadores, se va entreteniendo en lo zigzagueante que puede resultar la batalla entre la defensa del animal y el ataque de quien desea atraparlo.
Sin necesidad de esnórquel podemos encontrar, dentro y fuera de la metáfora, especies que se destacan por mantenerse con vida a contracorriente, en ambientes inhóspitos o repeliendo al peligro constante.
Desde la apreciación a la milenaria tortuga carey hasta el manatí, pasando por la visita de las ballenas jorobadas, las aguas territoriales del país cuentan, según expertos, con más de 800 especies. La naturaleza parece imitar la diversidad que nos define como pueblo; de este modo nos resulta fácil comprender el escapismo de “la liza”, que se nos desaparece después de segura, de cómo actúan ciertos tipos de tiburones o como las focas aplauden a quien les dé una sardina o les pase la mano amigamente.
Para cocinarlos, coleccionarlos, meterlos en peceras de exhibición o para las fotos de rigor a quienes se dedican a coleccionar su imagen junto a los peces, la variedad da para satisfacer las más excéntricas preferencias.
Carpa, Tilapia, Jicotea, Caimán, pez Cotorra, la Morena, El Carite, La Liza, la Biajaca, el pez Loro, el Doctor, la Raya, y la Trucha. Conociendo cada una descubrimos, por ejemplo que la Cornuda se ha ganado la fama de “temible” y así como el Pez Dama de inofensivo, pese a ser un tiburón gigante que no ataca a humanos… El Pargo, el Mero, Cojinúa, la Cherna, la Barracuda, el Chillo, el Robalo, el Sábalo, la Picúa, la Mojarra, la Conjinuda, el Atún, el Bonito, el Jurel, la Aguja, el Bacayate.
Cada uno con sus características propias, con sus familias, con sus amenazas y con sus mecanismos de defensa.
Aunque Carlos Argentino afirmara en su vieja canción que “en el mar la vida es más sabrosa”, conocer sus secretos es un imperativo para no terminar el calendario de nuestros días de manera abrupta, pues el peligro viene en cada ola.
Es menester tener presente que no todos los peces son comestibles, y aquellos que sí lo son, no se capturan del mismo modo. Un pescador novato puede decir que lo sabe, pero siempre es bueno recordárselo sobre todo si lo vemos pasar horas destejiendo impaciente las redes o preparar la misma carnada.
Recordar que algunos peces que viven cerca del fondo del mar se suelen alimentar de otros peces y se burlan del cebo que les lance el pescador.
Pero también que el pulpo tiene depredadores: grandes peces, aves o algunos tipos de ballenas. Las anguilas y los delfines, en algunas áreas, suelen atacarlos. Aunque los octópodos son pacíficos suelen expandir a su agresor un veneno capaz de inmovilizar.
Conocer de los primeros animales vertebrados que surgieron a lo largo de la evolución, hace 400 millones de años, es una escuela en sí mismo. La fauna marina, con sus cambios constantes, nos arroja lecciones y también preguntas.
¿Qué haremos con este acuario? No lo saben las especies, el público, ni los pescadores. De lo que estamos seguros es que dejó de ser cierto aquello de que “el pez grande siempre se come al más chiquito”.