Por Roberto Valenzuela.
Escuché en un círculo de intelectuales en el Centro Cuesta del Libro que el día que el poeta Rigoberto López Pérez iba a disparar contra el general Anastasio Somoza, dijo: “hoy salimos del maldito dictador”. Su rabia se incrementó, la adrenalina le subió al ver al dictador bailando, bebiendo con sus funcionarios corruptos, celebrando que ese día anunciaba que iba a la reelección presidencial. Tenía 20 años en el poder.
Antes de ir al baile, escribió una carta a su madre: “…En vista de que todos los esfuerzos han sido inútiles para lograr que Nicaragua vuelva a ser libre, sin mancha, he decidido, aunque mis compañeros no querían aceptarlo, tratar de ser yo el que inicie el principio del fin de esa tiranía. Si Dios quiere que perezca en mi intento, no quiero que se culpe a nadie, todo ha sido decisión mía.
Así que nada de tristeza, el deber que se cumple con la patria es la mayor satisfacción que debe llevarse un hombre de bien como yo he tratado de serlo”, dice un fragmento de la carta.
Con la ayuda de su cuñado, el periodista Armando Zelaya, se infiltró en la fiesta. El Presidente caminaba a su mesa, tras bailar con una linda joven, cuando el poeta le disparó 5 balas (4 entraron en el pecho), con “un 38” Smith and Wesson, provocándole la muerte. Rigoberto murió bajo una lluvia de balas. Fuente: EcuRed: Enciclopedia Cubana.