Opinión

Semana Santa: recurso electoral

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Por Luis Córdova.

No importa al cargo al que se aspire, el “librito” manda a no quedarse callado frente a las fechas de la Iglesia Católica; hay que opinar y hacerlo a favor: que el pueblo dominicano es profundamente católico es una afirmación de quienes persiguen el favor del electorado.

Pero ¿es realmente cristiano el pueblo? ¿Se manifiesta la liturgia y se aplica en la vida cotidiana el magisterio de Jesús? Son temas engorrosos que pueden llevar a confundir hasta al criterio más claro y molestar a sectores comprometidos no solo con la labor espiritual, sino con las esferas de poder, ese abstracto pero omnipresente poder que se les otorgan a las iglesias, a todas.

Para los creyentes más ortodoxos el que se toque aunque sea de manera tangencial la semana mayor en el discurso político, causa la apatía de los fieles a las misas y fiestas de guardar. Les significa una suerte de invasión a ese ámbito de fe que está muy lejos de contaminarse con un ejercicio pecaminoso como por lo general es nuestra dinámica electoral.

Para los no creyentes, los que en ocasiones asisten a un servicio religioso (autodenominados cristianos aunque no profesen ningún dogma), observar la presencia de candidatos “invadiendo” los lugares de recreación les resulta irritante como se puede evidenciar en las cuentas de redes sociales donde denuncian la práctica de aquellos aspirantes que vestidos de preocupados por sus conciudadanos repartiendo volantes, botiquines, gorras entre otros materiales según el presupuesto.

Entre los dos extremos existe una amplia franja que olvidó sorprenderse. Asiste al espectáculo ante el malestar de unos y otros. Desde spots para televisión y redes, algunos a título personal y sin mayores elementos electoreros, burlan las normas que regulan el proceso, aprovechando el mar de confusiones del estreno de las leyes y de paso ignorando honrar el respeto a la paz que merecemos.

Paralelo a esto en los años pre y electorales, los llamados a treguan son un recurso de visibilidad que bien administran los políticos: en la exigencia de la tregua terminan no dándola.

Pero habitualmente se le pide al pueblo que reflexione, que emplee los días del asueto mayor con el que cuentan los dominicanos para meditar. Un ejercicio al que no estamos acostumbrados, porque en ninguno de los niveles de educación se nos ofrece este recurso para que lo incorporemos en nuestras vidas, al menos en la generalidad de sistemas que se limitan a oraciones y lecturas de la Biblia en el más escueto de los requisitos religiosos.

Pero los candidatos parecen ignorar esta realidad y pasan a centrarse en los reclamos de los líderes espirituales; y éstos, sabedores de la atención social de estos días, palabra en ristre fijan posición de manera contundente sobre temas que si bien desborda su misión de pastor de almas, provocan reflexiones y críticas sociales de urgente atención.

Asumir la Semana Santa, al menos en el formalismo, es un paso de avance, no daña. Quienes son líderes o tienen el trabajo de operadores políticos tendrían que comprender el paralelismo estas fechas que constituyen la más importante convocatoria de los católicos: asumir como lección los cuarenta días de Jesús en el desierto y su entrada triunfal a Jerusalén, como lo difícil de una campaña electoral y la gloria del triunfo otorgado, pero sin ignorar que el mismo pueblo que bate palmas será quien luego demandará su crucifixión.

Como ciudadanos pasemos balance a nuestro entrono en esta Semana Santa, al concluirla reafirmemos la esperanza que toma forma de perdón con quien nos ha hecho daño, tal como nos ha dicho el Papa Francisco.

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