Por Editorial Semanario Católico Camino.
Los dominicanos residentes en el exterior son un modelo de trabajo y solidaridad. Los valores familiares que sembraron en ellos sus padres, los llevan dentro de su alma en cualquier nación que los haya acogido.
Su desvelo por los seres queridos que dejaron aquí, no tiene límites. Están atentos a todas las carencias para suplirlas de una manera heroica. Muchos llevan hasta tres jornadas de trabajo, poniendo en riesgo la salud, y así poder enviar cada mes las remesas que sostienen a tantos hogares.
Qué sería de esos padres y madres que ya peinan canas si no llegara ese dinero que les permite adquirir alimentos, medicinas y un techo digno, sobre todo en un país en donde los ciudadanos no cuentan con la protección social que les permita vivir el ocaso de su existencia, sin tantas precariedades.
Valoremos este aporte de la comunidad dominicana en el exterior, a la economía nacional, que en los primeros cinco meses de este año han enviado al país más de cuatro mil millones de dólares, según datos ofrecidos por el Banco Central. Estos recursos reflejan que nuestros hermanos, que un día tuvieron que salir del país buscando un mejor destino, llevan muy adentro la Patria que los vio nacer, y que jamás podemos llamarlos dominicanos ausentes. Su corazón late aquí.
Esperamos que las autoridades tengan presente esta entrega de una comunidad que merece un trato más consecuente. Deseamos que en esta época en donde vendrán miles de ellos a visitarnos, encuentren aquí la acogida, y la seguridad ciudadana que les permitan disfrutar sus vacaciones sin sobresaltos, y en paz.