Por: Rafael A. Escotto.
Aquella tarde de febrero el cielo lucia un hermoso color azúl engalanado con ostentosos capullos de blancas nubes que se movian sumisas; casi rozaban la enhiesta cima que se levantaba galante frente a las olas de un mar suspicaz cuyas aguas acariciaban presurosas los bordes seductores y apetitosos de las orillas, cual si fueran labios de mujer que esperan con ansias el mágico roce de la piel de un Poseidón locamente enamorado.
A lo lejos, apartada del camino que conduce a un hermoso valle de verdes pastizales alcanzo a ver una casita techada de palmas; apresuro mis pasos, toco a la puerta y en el umbrar aparece, como si emergiera de un lugar astral, una joven de tez blanca, vestida sencillamente, no obstante la blusa color bermejón que llevaba puesta permitia destacar debajo del corpiño una belleza inocente.
Deslumbrado con la figura que se me habia mostrado repentinamente, por unos segundos me quedo sin palabras, luego recobro el aliento y una señora que parecia la madre de aquella hermosura de mujer me manda a sentar y me pregunta al instante: «¿De dónde vienes?»
Pasaron unos brevísimos segundos y le contesto, todavia con mi voz entrecortada por la fascinación que me causó la presencia inesperada de aquella joven nereida: «Mi nombre es Saturno y vengo de muy lejos tras las huellas de una reina que escapó súbita de mi ilusión y creo haberle encontrado.»
La respuesta del joven Saturno llenó de asombro aquella señora, quien maravillada por lo que habia oido, con sus ojos inquietos como el mar, miró a su hija, que todavia permanecia a su lado, como quien presiente el olor de una poesia de declaración de amor.
Al oir la dulce expresión del apuestro Saturno, la joven se coloca detrás de su madre, como quien trata de esquivar una mirada y de sus labios trémulos salieron unas frases casi imperceptibles: «Ay! Señor, Adónde irán a parar mis latidos?»
Pasaron tan solo unos breves minutos, – breves como la luz que le cede el paso a la noche para permitir el devaneo –, y del bolsillo del corazón de aquel joven emerge una rosa con una tarjeta adherida a su tallo: «Quererte es solo el comienzo de esta historia de dos, que espero no tenga final.»
Toda aquella inesperada declaración de amor envuelve el espacio en una burbuja llena de arrebatos amorosos revelados debajo del alero. El joven Saturno se marcha del centro de aquella casa situada en medio de una hermosa campiña dejando su impronta de amor en una tarjeta perfumada con destellos de ternuras en su interior que dices:
!Te esperaré el catorce de febrero debajo del almendro!