Sobre un tejado de Medellín, en 1993, quedó el cuerpo obeso y ensangrentado del gran capo colombiano de la cocaína como trofeo del bien sobre el mal. Pero la leyenda e influencia de Pablo Escobar completan 25 años y nadie aventura un final.
Maldecido con fervor, aceptado con vergüenza pero nunca ignorado, el barón de las drogas, que dejó millares de víctimas, se convirtió en un fenómeno cultural que atraviesa y traspasa Colombia.
Su huella puede rastrearse en el lenguaje de barrio, en el arte y el entretenimiento. Y aunque el narcotráfico siguió sin él (Colombia aún es el mayor productor mundial de cocaína y Estados Unidos su principal cliente), varias cosas cambiaron para siempre después de Escobar.
El narcogénero
Un genio del mal, un villano popular, una identidad colectiva… abundan las frases y los adjetivos para describir a Escobar, pero quizá nada explique mejor su influencia que un prefijo: narco.
Con Escobar, se popularizó su uso. Surgieron la narconovela, la narcopolítica, la narcomúsica y además “la sicaresca” (historias de asesinos a sueldo como los que contrataba el narcotraficante en las barriadas de Medellín).
Ante todo, Pablo es un “ídolo narrativo, una vida como la de él es mejor que el cine, la literatura y la televisión que nos imaginamos”, señala a la AFP Omar Rincón, académico e investigador de narcocultura de la Universidad de Los Andes.
Fernando Botero lo inmortalizó en oleos, el nobel Gabriel García Márquez lo hizo en “Noticia de un secuestro” y hasta Netflix le saca provecho en su serie Narcos. Desde la esposa hasta el hijo, pasando por el hermano y su amante más famosa, han escrito sus memorias con el capo. También los policías que lo combatieron.
Todo colombiano – y no pocos estadounidenses – tienen algo que decir sobre Pablo.
Es “marca Colombia. Nos enorgullece, nos hace reír, nos da pena y pudor. Nos dio una identidad internacional”, añade Rincón.
El “Da Vinci del crimen”, como lo llamó una de sus víctimas, el exvicepresidente Francisco Santos, secuestrado por el cartel de Medellín, se fusionó con el imaginario del colombiano.
Hiperseguridad
Una inspección a la entrada en un centro comercial, un policía armado como militar, ir de compras con miedo… Solo entre septiembre y diciembre de 1989, el Cartel de Medellín que lideró Escobar hasta su muerte, detonó cien carros bombas.
Un avión, un hotel, un periódico, una farmacia, una calle. Cualquier espacio podía ser blanco de la obsesión del capo con la dinamita en su guerra contra el Estado y sus rivales. A su cuenta de terror se endosan no menos de 3.000 muertes.
El miedo se apoderó de la cotidianidad y un cuarto de siglo después, persisten muchos de los protocolos adoptados desde entonces para protegerse de su furia desmedida.
“Las empresas de seguridad se empezaron a dotar de perros y medios electrónicos para detectar explosivos en los carros. Entrar a un centro comercial era casi más incómodo que entrar a un cuartel militar”, subraya a la AFP el coronel retirado Carlos Alfonso Velásquez, quien lideró la persecución contra el Cartel de Cali, los enemigos de Escobar en el narcotráfico.
Tan poderoso fue el enemigo, que la policía y el ejército debieron dejar los recelos institucionales y “llegar a unos primeros niveles de cooperación”, evoca el general de reserva de la policía Jairo Delgado.
Hace 25 años 90.000 personas trabajaban en seguridad privada. Hoy rondan las 250.000, según la superintendencia que regula el sector. Los escoltas forman parte del paisaje. La seguridad privada terminó convirtiéndose hasta en moda, coinciden expertos.
La extravagancia
Una avioneta incrustada en el portal de una finca, hipopótamos y jirafas traídos desde Estados Unidos y África, autos y armas tuneados, fiestas de ruido con modelos operadas. El gusto extravagante de Escobar – que empezó su vida delictiva como ladronzuelo y contrabandista de mercancías – no solo caló en la mafia.
Hasta los “moteles donde la gente va a hacer el amor guardan esa estética ‘traqueta’ (de narco) que permeó en los años 80”, señala Fabián Sanabria, antropólogo e investigador de la Universidad Nacional.
Pablo Escobar encarnó un modo singular de ascenso y de “revancha social para los pobres”, a quienes daba “casas, taxis, empleo, dinero, joyas, fiesta, música, sexo”, complementa Rincón. Fue el peón que se convirtió en patrón a punta de ingenio y de violencia.
Hoy, moverse en una camioneta 4X4, llevar la camisa abierta hasta el tercer botón, ponerse una cadena de oro, tener al lado una mujer 90-60-90, con cabello tinturado y operada, son asociados a una súbita bonanza.
Según Sanabria, esta estética está en los reinados, los futbolistas y entre quienes “ascienden vertiginosamente y pasan por encima de la ley”.
“Así como Colombia tuvo a García Márquez, también tuvo a Pablo Escobar y hay que aceptar lo uno y lo otro”, sentencia.