Opinión

Un discurso que mueve a la reflexión

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Rafael A. Escotto

Por: Rafael A. Escotto

«Yo no estoy haciendo una campaña electoral, yo estoy construyendo un sueño». Danilo Medina

No pretendo en este trabajo presentarle al país la personalidad del honorable presidente de la República, señor Danilo Medina Sánchez en toda su magnitud política y humana, pues ya el pueblo dominicano tiene el eco de su voz la cual todavía no se ha extinguido aun totalmente después de haber agotado quince minutos de una disertación apologética en la que surgió el orador reposado, de palabra vibrante y elocuente; el político insuperable en la sinceridad y en la exposición de los hechos que rodean su gubernatura.

En él el pueblo dominicano vio al político de férrea y aguda dialéctica; el político valiente; el organizador y el economista; el político de mirada certera, iluminada y previsora; y, por sobre todo, el hombre de fe acendrada, construyendo un apostolado esforzado de su verdad y un soldado egregio, siempre dispuesto a echar la batalla por la causa de la nación en aquella hora de duros combates y de pasiones encontradas.

Y precisamente para refrendar este aspecto – el más interesante de su discurso de hondo contenido evangelizador – el presidente Medina será conocido a través de este discurso encomiástico con el cual renuncia frente al país a la reelección, cuyo contenido se perpetuará en el recuerdo de las generaciones posteriores.

«Ha llegado el momento de dar a conocer a todo el pueblo dominicano y a la comunidad internacional que nos observa, la justa dimensión del proceso que estamos viviendo y mi posición al respecto».

Considero la oratoria del honorable señor Presidente en este instante estelar de su vida política, una pieza sincera, sobria en el estilo; enjundiosa en su contenido; irrebatible en su argumentación; varonil en su entonación; oportuna en sus recursos, y siempre digna en la forma, constituye una obra que hace honor a la Casa de gobierno y al acervo político del país.

No voy a hacer el comentario de cada párrafo; la pieza misma lo provocará. Pero, eso sí, voy a señalar algunas de sus líneas que mas me impresionaron en su lectura: «Nunca me cansaré en servirle a nuestra patria, nunca dejaré de poner el oído en el corazón del pueblo dominicana»,

De estas palabras surge la figura magnifica de este gran luchador que pone al servicio de su causa los imponderables valores de su espíritu ilustrado y agudo, ágil y galano, y, sobre todo, auténticamente patriótico, lo cual queda demostrado en sus actos y en las visitas sorpresas.

Realizada con estas armas, su obra de gobierno será perdurable; porque es obra de verdad en su contenido, de belleza en sus formas, y de lealtad en los procederes.

Estoy completamente seguro que las generaciones nuevas tendrán en sus palabras suficiente material para inspirarse a luchar como lo ha hecho el presidente Medina, —ya consagrado en este discurso maestro y conductor,— por el advenimiento de una mejor convivencia entre los hombres en la paz y en el amor.

Este discurso apologético me ha conmovido, y en la emoción que me embarga, apenas acierto la manera como he de continuar escribiendo este sencillo análisis.

Tengo tantas cosas que decir a mis lectores y temo de tal modo olvidarme alguna, que desearía decirlas todas a un tiempo. Y no toméis esto a exageración, dado el no ser yo completamente extraño al uso de la palabra en público, si no que el motivo que me ha provocado escribir es tan grande, que subvierte todos los principios de mi pobre método escritural.

Escribir de política es fácil porque la pasión irritada del pueblo trasmite al orador sus estremecimientos, y ambos buscan más el estallido de las malquerencias comprimidas, que el brillo del juicio sereno.

Como abogado y escritor estoy acostumbrado a hablar en los auditorios, es hacedero, porque los incidentes del debate calientan y desentumecen la memoria, dejando escapar recuerdos y esperanzas, teorías y ejemplos, que dormían en el laberinto de la mente.

Pero escribirle a un pueblo de cristianos, como el dominicano, en quienes la creencia ha dejado hondas huellas, es muy arduo, porque sobre su espíritu no tiene influencia el interés de la vanidad, ni la forma retórica del discurso.

El estilo noble del discurso del presidente Medina a su pueblo, de esas que se verifican por la fuerza de las cosas sin cálculo previo, y sin perseguir otros fines que aquellos que nadie se ruboriza de confesar a la luz del día.

Podemos levantar nuestra pluma para decirlo bien alto, que este discurso ha despejado las dudas de una gestión gubernativa exitosa cuando ella se mida con la vara de la justicia a la que algunos han pretendido deslucir de manera perversa tratando de escalar el solio con mendacidades.

Debo exclamar, como hiciera alguien en algún momento: ¡Qué tiempos tan abominables son los que atraviese la patria de Duarte! Parece que todo se conjura contra ella, parece que todo tiende a arrancarnos el consuelo de nuestras ideas más íntimas, para arrojarlo en aras de la lujuria política de la época.

La campaña de descrédito e injurias contra el presidente Medina fueron tan apasionadas desde algunas esquinas del país y del Partido de gobierno, el de la Liberación Dominicana (PLD), hasta las ciudades donde se reúnen las mentes más febriles e irreflexivas de nuestra política, el gobernante fue como el perseguido y el injuriado.

Se trató de una campaña a muerte contra el presidente, como la que se armó contra Galileo, para uncir al pueblo dominicano al yugo de una moral corrompida y hacerla gobernable por el vicio.

Escribir estas palabras parecería un absurdo de mi parte porque no soy adulador ni camaleón que imita todas clases de colores excepto el blanco. Este discurso ha convertido al pueblo dominicano en un momento aciago en que no oía no más que calumnias, sin encontrar ningún bálsamo que calmara las difamaciones.

Quien me conoce sabe que no pertenezco a ningún partido político dominicano, que no conozco ni recibo canonjías de ninguna institución gubernamental, ni siquiera he tenido el privilegio que han tenido otros de que mi obra intelectual sea patrocinada por la cultura oficial. Es más nunca he conversado con el presidente Medina.

El discurso pronunciado por el presidente Danilo Medina Sánchez ante una nación desorientada no perderá actualidad, podría pronunciarse mañana y seria ajustado a nuestra exigencias presentes y futuras. Describe la situación de un gobernante que lucha contra una conjuración de un grupo político dominicano.

El presidente expuso el deber de la llamada sangre joven de intervenir en la cosa pública puesto que el ejercicio de toda función cívica es un atributo inherente y complementario del hombre social, quien no puede abdicarlo ni delegarlo, sin abdicar su razón y delegar su libre albedrio.

El presidente Medina sin decirlo, pidió la intervención del pueblo moral dominicano y sano en la gestión política para arruinar a aquellos políticos de ciertos partidos políticos muy conocidos que viven engañando a las masas para explotar su lamentable ceguera.

Un consejo al margen de la evaluación que hago del discurso del presidente Medina:

Algunos piden con cierta vehemencia la concepción de la unidad dentro del partido de gobierno. Esa clase de unión tal como yo la entiendo y tal como creo que debe salvar esa organización, no ha de ser una palabra vana, escrita en las exterioridades de un pacto, hijo, quizá, del entusiasmo pasajero, sino un acto espontaneo, nacido de las convicciones intimas y destinado a uniformar la conducta de los correligionarios en el servicio de una gran causa.

La unión así concebida y encarada, es sacrificio, sacrificio de vanidad, sacrificio de soberbia, pero por eso mismo entraña la condición de vida que debe hacerla invencible en las conciencias y en el tiempo.

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