Por Rey Arturo Taveras (Periodista y escritor dominicano)
Como un inmenso pentagrama, tejido de siglos de historia, Viena se despliega en el corazón de Europa, como una estrella que vibra a distancia en el universo de naciones.
Su vibrante superficie de 415 kilómetros cuadrados es un escenario donde el tiempo y la grandeza bailan al compás de una sinfonía inagotable de cultura.
Con una población que ronda el millón 700 mil habitantes y más de dos millones de almas resonando en su región metropolitana, esta ciudad, capital de Austria, es un poema viviente donde cada piedra murmura secretos antiguos.
El alma de Viena, rica en música y compleja en pentagramas de calles y edificios barrocos, se forjó bajo la batuta de la historia.
Fue musa de genios como Beethoven, Mozart y Strauss, quienes encontraron en sus calles la inspiración para componer himnos inmortales que han estremecido el alma de los amantes de música clásica.
Historia:
Según los anales de la historia, cuyos datos recogen las enciclopedias virtuales, durante los siglos XVIII y XIX, la población austriaca escuchó hechizada las composiciones de los genios del arte de combinar los sonidos con el tiempo, siendo Viena una de las grandes capitales musicales del mundo.
Esta ciudad es una orquesta de emociones que durante dejó fluir sus notas más profundas en las salas doradas de la ópera y los salones barrocos.
Pero la música no es su única armonía, ya que a inicios del siglo XX, en el concierto de las ideas, surgió el Círculo de Viena, un faro de pensamiento filosófico que, como un río desbordado de pasiones, llevó las aguas del razonamiento aristotélico a las discusiones más acaloradas del pensamiento occidental.
Las ideas en Viena, como las hojas de un árbol en otoño, caían, revoloteaban y fertilizaban nuevas mentes.
Retrocediendo al principio de su historia, Viena fue la tierra de los lirios, ese enigma indoeuropeo que, alrededor del año 1000 A, C., plantó las semillas de una civilización bárbara de alto nivel.
Los celtas, siglos después, plasmaron su cultura sobre estas tierras como si fueran pintores de verdes paisajes.
Pero la arquitectura de sus cimientos la construyeron los romanos, esos maestros de la piedra y la espada, quienes fundaron Vindobona en el siglo I D.C.
Sus murallas, protectoras como brazos de un padre amoroso, aún se intuyen en el centro de la ciudad, una firma que el pasado ha dejado en sus edificaciones.
En el teatro de la antigüedad, Vindobona vio morir a Marco Aurelio, el filósofo emperador que expiró entre sus legiones en el año 180.
Los marcomanos saquearon su gloria una y otra vez, y las cenizas de la crisis del Imperio romano cubrieron la urbe como un manto lúgubre.
Pero incluso en la penumbra, la historia continuó su danza: bárbaros y hunos, enemigos y defensores, se entrelazaron como personajes de una tragedia clásica.
Hoy, Viena sigue siendo un poema inacabado de un libro milenario y sus palacios de mármol, sus cafés llenos de aroma y sus melodías eternas susurran a quien quiera escuchar: “Aquí habita la historia y la belleza es perpetua”.