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Violencia escolar ha afectado a 402,239 estudiantes este año

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“Una vez, cuando era más pequeño, donde estudiaba había otros niños que querían abusar de mí, vivían dándome por la cabeza y molestándome, y por eso nos volvimos como enemigos. Pero después de que salí de la escuela, donde quiera que ellos me veían me tiraban piedras y palos, como si fuera una guerra, pero eso sigue ahora”.

Eso fue lo que narró un niño de 14 años a investigadores de un reciente estudio sobre la violencia en centros educativos en República Dominicana, que cifró en 25% la cantidad de alumnos de escuelas públicas que sufrieron algún tipo de violencia en este primer trimestre del año.

El estudio “Incidencia de violencia en adolescentes de 13 a 15 años en las escuelas públicas del sistema educativo de la República Dominicana”, realizado por psicólogos y psiquiatras dominicanos y de la “Ryerson University”, de Cánada, reveló asimismo que uno de cada cuatro estudiantes ha sufrido violencia en lo que va de año, traduciéndose a unos 402,239 alumnos, puntualmente 316,501 en el espacio urbano, y 85,738 en el rural.

El estudio fue presentado el 11 de este mes en el parninfo de la Facultad de Ciencias Jurídics y Políticas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

Los casos de agresiones físicas y verbales, y hasta sexuales, en los centros educativos del país no son nuevos. Inclusive, de acuerdo con reportes periodísticos de años anteriores y otras investigaciones, el reto ha sido un mal que ha venido cobrando fuerza.

El más reciente, la agresión de un joven a su compañera de clases en Monte Plata, que terminó con éste encarcelado, deja ver que, pese a las políticas públicas implementadas por el Ministerio de Educación desde hace años, el Gobierno y la sociedad no han hecho lo suficiente para resolver esta tarea pendiente.

Como consecuencia de ese caso, recientemente Educación anunció el incremento de la cantidad de agentes de la Policía Escolar como parte de un plan para fortalecer la seguridad en las escuelas.

El titular del Ministerio, Andrés Navarro, explicó que el plan de fortalecimiento implica, no solamente el aumento de los agentes, sino también la capacitación de los mismos.
Añadió que dentro del proceso de ampliación de la estructura de seguridad en los centros escolares, se cambiará la categoría de todos los porteros y vigilantes en las escuelas, quienes van a estar bajo el control, supervisión y regulación de la Policía Escolar y tendrán el cargo de auxiliares de Policía Escolar.

Pese a eso, no podemos evitar pensar en si estas medidas serán suficientes.
De acuerdo con reportes periodísticos, hubo un incremento de violencia en las escuelas del país a finales del 1995, donde se produjeron cientos de suspensiones y apresamientos, por alumnos que robaban, agredían a otros, dañaban materiales escolares, y hasta se supo de decenas de casos de estudiantes que asesinaron a sus maestros. No obstante, en estos tiempos siguen ocurriendo situaciones similares.

¿Cuáles son los detonantes?
El coordinador de la unidad de Psiquiatría y Psicología del Hospital Infantil Santo Socorro, Luis Ortega, explica que estos jóvenes son propensos a actuar de forma violenta porque están en pleno cambio cerebral, y en una de las etapas más turbulentas de la vida.

“Cuando nacemos, parte de nuestra supervivencia viene porque tenemos una capacidad de agresión, que nos ha protegido por años, pero en la evolución a través de la socialización hemos desarrollado en los grupos el poder controlar esta violencia.

Sin embargo, lo que sucede ahora es que por todo lo que ocurre, a los adolescentes no se les enseña cómo controlar sus impulsos adecuadamente”, señala.

El experto observa que la violencia varía dependiendo la circunstancia económica de los estudiantes y sus padres. “En familias de clase alta, que envían a sus hijos a colegios privados o instituciones reconocidas, la agresión que más frecuentemente se ve es la verbal y psicológica.

Mientras que en aquellas familias que envían a sus hijos a escuelas públicas y subsisten con escasos recursos, la violencia es física, sexual y pasiva”, precisa.

Puntualiza que la que más sufre la población infantil actualmente es la pasiva, que es cuando los niños no reciben repuestas efectivas ante las necesidades básicas que tienen, lo que, a su entender, reflejan en las escuelas a través de una actitud de irritabilidad.
El papel de los padres

Ortega advierte que los padres deben estar pendientes ante cualquier cambio de temperamento o actividades en sus hijos. “Si los notan con los brazos cruzados con mucha frecuencia, golpeando las paredes de forma violenta, si permanece en silencio por mucho tiempo, o alzan la voz constantemente, son indicadores de que las cosas no andan bien y que usted como padre debe investigar qué está provocando esas reacciones y buscar soluciones”.

Entre tanto, la psicóloga educativa y clínica Matilde Crispín añade que otros detonantes puntuales son la intolerancia, el acoso escolar y problemas familiares. “Nos hemos dado cuenta de que en las escuelas los estudiantes sufren mucho acoso, muchas agresiones verbales y cargan mucho con sus problemas familiares. En ese ambiente los jóvenes solo ven la opción de actuar de forma violenta”.

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cada año se cometen en todo el mundo 200 mil homicidios entre jóvenes de 10 a 29 años, lo que supone un 43% del total mundial anual de homicidios.

El organismo internacional explica que el homicidio es la cuarta causa de muerte en el grupo de 10 a 29 años de edad, y el 83% de estas víctimas son del sexo masculino.

Y asegura que cuando las lesiones no son mortales, la violencia juvenil tiene repercusiones graves, que a menudo perduran toda la vida, en el funcionamiento físico, psicológico y social de una persona.

Entre tanto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que entre las principales causas de la violencia en jóvenes se encuentra la escasa vigilancia y supervisión de los hijos por los padres; prácticas disciplinarias de los padres severas, relajadas o incoherentes; vínculos afectivos deficientes entre padres e hijos; escasa participación de los padres en las actividades de los hijos; abuso de sustancias o delincuencia de los padres; depresión de los padres e ingresos familiares bajos.

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