Por Luis Córdova.
El voto municipal, en su formato en solitario, es nuevo. El temor de la abstención irrumpió en las direcciones de los partidos, temiendo que el mensaje de una baja votación en sus casillas se interpretase como apatía a la marca-partido.
El miedo es legítimo si consideramos la participación de la ciudadanía en las denominadas “elecciones de medio término”, las que en la estructura electoral anterior contemplaba el voto municipal y congresal independiente al presidencial. Hablar de un histórico de abstención que ronda el 46% en estas consultas electorales asusta, sabiendo que para las presidenciales faltaría, desde las alturas del 16 de febrero, menos de cien días.
Diez años después de la reforma constitucional que marcó el tercer domingo de febrero las elecciones municipales, el escenario político tiene (o debería tener), como protagonistas a los candidatos a alcaldes y regidores en los municipios y en las Juntas de Distritos a los que aspiran a dirigir los destinos desde los cargos de Directores y vocales.
Si consideramos que el gobierno local es el más cercano a la gente, es justo que la ciudadanía inicie un ejercicio de responsabilidad, sufragando con un mayor grado de conciencia pues, de manera literal, convivirá con el mal en el caso de no elegir bien.
El reto como país es probarnos si este mecanismo se traduce en una manera efectiva de vencer el arrastre y el lastre de las marcas partidarias, si transcendemos a las emociones y valoramos las intenciones y si nos podemos dar gobiernos locales amparados en propuestas.
Evidente que para eso falta un buen tramo del camino democrático, pero hemos iniciado.
En esta tarea nos puede ayudar el sistema de voto preferencial en listas cerradas y desbloqueadas para los regidores. Confianza es la palabra clave para ganarse el voto: generarla en la ciudadanía; y precisamente confianza es la que deben tener los candidatos en sus delegados, en especial las demarcaciones con voto manual, pues con la experiencia de los diputados se ha vivido traumas que no fueron superamos en esta inclusión al nivel municipal.
Los alcaldes en plazas importantes del país vuelven a aspirar, cosa muy normal en nuestra democracia, repitiendo en algunos casos candidatos que ostentan el cargo desde el 2002. A los regidores, muchos de los que repiten y otros de nuevo cuño, no les fue bien explicado el voto preferencia y el método D´Hondt, sus lagunas revelan que compiten sin saber las reglas del juego en el cual están metidos.
Del otro lado de la urna está el ciudadano, movido por motivos que en otro trabajo abordaremos. Aguardábamos la esperanza de que el requisito de presentar un Plan de Gobierno se convirtiera en una obligación al menos moral… pero la ley, sí la misma ley, no impone la obligatoriedad de su depósito ante las juntas electorales.
Mientras tanto escuchamos algunos candidatos volver sobre conceptos repetidos con el fin de validar un discurso de corte municipal. Los más escasos son precisamente quienes han desarrollado ejes, propuestas e iniciativas en sus planes.
Quizás estos males sean superados consolidando el voto municipal de esta manera, independiente y distante en el tiempo de los otros niveles.
Esa es la esperanza, una esperanza que es lo último que se pierde y que está por encima de los futurólogos para los cuales los municipios no son más que cifras porcentuales y candidatos populistas que limitan su discurso a un eslogan y cancioncitas de moda.