Por Rey Arturo Taveras (Periodista y escritor dominicano)
SANTO DOMINGO.- En un momento cargado de simbolismo, la dirigencia de la Fuerza del Pueblo se encontró frente a una escena que dio pie a numerosas interpretaciones: el presidente del partido, Leonel Fernández, levantó la mano de su hijo, Omar Fernández, senador del Distrito Nacional, quien replicó el gesto con energía.
Este acto de “doble levantamiento de manos” tuvo lugar en una fiesta navideña ofrecida a los miembros y simpatizantes de la organización en el pabellón de voleibol del Centro Olímpico Juan Pablo Duarte.
La música animada de Chiquito Team Band y Eudis el Invencible pintó el ambiente festivo, pero la escena que quedó grabada en la memoria colectiva no fue otra que la de padre e hijo, unidos por el espíritu de triunfo y, quizá, también por una señal de transición generacional.
Aquella imagen, como un cuadro lleno de matices, abrió interrogantes sobre el futuro de la Fuerza del Pueblo y, en un sentido más amplio, sobre el rumbo de la política dominicana.
Leonel Fernández, en su discurso, aseguró que su partido seguirá siendo el bastión de la defensa de los dominicanos y prometió una jornada de consolidación en 2025 en favor del bienestar colectivo.
Por su parte, Omar Fernández destacó el crecimiento de la Fuerza del Pueblo, subrayando que la organización ha impactado de manera única el presente y el futuro de la sociedad dominicana.
Sus palabras resonaron como el eco fresco de una generación que promete traer nuevos aires a la política.
En este contexto, surge la cuestión inevitable: ¿Debe Leonel ceder el paso a Omar en las próximas contiendas? Las voces del debate público empiezan a alzarse como olas en un mar agitado.
Algunos argumentan que Omar Fernández representa el relevo necesario, un ícono de la renovación que podría conectar con las nuevas generaciones.
Otros, sin embargo, consideran que Leonel sigue siendo el faro indiscutible del partido, el estratega cuya experiencia podría ser decisiva en los comicios del 2028.
El levantamiento de manos en sí mismo puede interpretarse como una metáfora. Es la imagen de un puente entre generaciones, de un legado que busca trascender más allá de los límites temporales y personales.
La escena también puede leerse como un duelo simbólico, un pulso entre lo viejo y lo nuevo, entre la continuidad y el cambio.
Al final, el gesto nos invita a reflexionar sobre el liderazgo: ¿Es el líder quien levanta la mano de otro o quien permite que la suya sea elevada con confianza y admiración?
En un país donde las dinastías políticas son vistas con una mezcla de escepticismo y fascinación, la relación entre Leonel y Omar Fernández encarna una narrativa compleja que trasciende el lazo sanguineo que los une como padre e hijo.
Por un lado, está la historia de un padre que ha marcado hitos en la política dominicana y por otro, la de un hijo que emerge como una figura con luz propia.
La pregunta sigue abierta, y el tiempo será el juez que dictamine si este gesto fue un simple simbolismo navideño o el preludio de una transición que podría redefinir el panorama político nacional.