Opinión

Los discursos de las lilas

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Por: Rafael A. Escotto

«Cuando las ultimas lilas florecían en la portada

Y la gran estrella, en la noche, declinaba por el occidente.

Yo enlutecí, y llevaré aun el duelo con la primavera que

Siempre retorna

Primavera que siempre retorna trayéndome una segura

Trinidad,

Las de las lilas que perenne florecen, la estrella que declina

Al Oeste«.

El día de la inesperada muerte del presidente Abraham Lincoln, en medio de la conmoción, Al Whitman coloca las lilas – no las rosas ni las orquídeas – en el panegírico cargado de poemas.

Hoy me senté debajo de un árbol de eucalipto a contemplar fascinado el ir y venir de las lilas de Juan Ramón Jiménez, llenas de agua, con la risa que se le mojaba y tampoco vi el alma desnuda de la amapola en los versos de Alfonsina Storni.

Luego, cierro mis ojos y llego sutil a un estado de sueño. Una hoja rojiza del árbol de eucalipto se desprende de una rama y me despierta de aquella especie de hipnosis al tocarme; frente a mi vista, unas lilas que rezumaban rocío, se me acercan y me dicen, al estilo del poeta español Juan Cobo Wilkins: «Un poema no debe pasear en primavera solo por los parques« Estas lilas tenían cuerpo, transpiraban, pero sin alma, aun siendo tan suaves.

Otras lilas con el color violeta de la sensualidad y del amor, marcando los límites entre lo visible y lo invisible, me doy cuenta que el violeta es el último color antes de la llegada de la oscuridad. Curioso, les observo y pienso que ellas pertenecen a un lugar olvidado en unos de los jardines más bellos de Paris.

Todas estas cautivantes sensaciones me conducen a otras lilas. En medio de este imaginario peregrinaje recuerdo que Jorge Luis Borges, ni aun Federico García Lorca en sus escritos de primavera, tienen un poema a las lilas.

Sin embargo, Baudelaire, referido en las obras de francisco Torres Monreal, el crítico literario más autorizado de la nueva corriente dramática, se hace una pregunta en el silencio de la luz: ¿Y dónde están las lilas? A Baudelaire no le importó que las lilas solo florezcan durante tres semanas en primavera.

La variedad de lilas que sobre notas he encontrado en un maravilloso poema, las trajo un poeta caribeño envueltas en sueños desde Paris. Quizás se enamoró de esta flor al haber leído la historia del rey Uros I, quien «por el amor que profesaba a la princesa francesa Elena de Anjou, le llevó a plantar de fragantes lilas todo el valle del rio Iba, que discurre entre Montenegro y Serbia«.

Estas lilas, extrañamente, se distancian de las de cualquier otro jardín: piensan, tienen vida, corazón y un alma que endulza y no cansa.

Navego metafóricamente junto a ellas bajo aquel cielo azul idealizado por el poeta. En un instante, siento que las lilas me hablan y me cuentan que viajaron desde Paris para un acercamiento con Franklin Mieses Burgos, Domingo Moreno Jiménez, Dionisio López Cabral y René del Risco Bermúdez.

A René lo encuentran en medio de un viento frio, saludando la tarde desde lo alto, buscando la sonrisa de sus camaradas.

Y, yo enamorado al estilo del Moreno Jiménez, en sus versos de amor y de misterio, en el más desnudo tacto de su boca, tomo las lilas por la nuca, le oprimo los senos y le susurró al oído, antes de naufragar en la lejanía de los ojos: «tan mía como fuiste«.

Regreso al paisaje del sueño de López Cabral, donde los sonámbulos danzan. Me alejo lentamente de aquellas lilas orgánicas que viajaron desde Paris en el alma de un juglar enamorado y desde la orilla del arroyo de agua dulce, vuelvo a reflexionar sobre estas lilas tan llenas de vida, bailando bajo el enigma de la lluvia.

Sin proponérmelo, un místico sueño se apodera de mis ojos y me quedo dormido pensando en la belleza de las lilas que encontré flameante tendiéndome las manos en un poema frente a la atlántica agua rugiente del rio Sena que corre bajo los puentes de Paris.

Al abrir mis ojos, después de aquella fantasía, despierto de aquel encuentro con las lilas, con una sonrisa de orate, quizás porque estos poemas tienen el embrujo de lo dulce, de las ideas y de las confrontaciones de las lilas que siempre florecen en la imaginación de un poeta.

Después de todo, qué puedo decir de «Ojoluz piensan las lilas«, del poeta Luis José Rodríguez Tejada.

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