Opinión

Caperucita Roja, ¡ahí viene el lobo!

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Por: Rafael A. Escotto.

El día que Caperucita soltó sus miedos se dio cuenta que el lobo habitaba en su imaginación.

Yo no quiero imaginar que Caperucita termine desterrada como Julián Assange. Se me ocurre invitar a los cuentistas latinoamericanos a firmar un manifiesto de apoyo a la valiente niña. No por machista sino por ser víctima tal vez del machismo.

Aunque parezca extraño, una escuela de Barcelona, España, ha prohibido a Caperucita Roja y a otros cuentos más por sexista. Los poetas infantiles, los escritores de cuentos para niños no deben quedarse indiferentes ante tan abracadabrante desahucio de más de doscientos cuentos de Caperucita Roja sacados de la biblioteca infantil de la escuela Taber por haber sido considerados venenosos, según lo publicado por El País.

El revuelo que ha causado en la población española este hecho, al ver que Caperucita está siendo perseguida por los cuerpos de seguridad del Estado, incluyendo una patrulla de mozos de escuadra de la Generalidad, ha  alarmado a  los niños y a quienes fueron niños una vez, que crecieron leyendo los cuentos de la niña que vivía al otro lado del bosque, posiblemente situado en la Riera de Gállecs, en el otoñal Valle Oriental.

 A Caperucita se le acusa de una no muy extraña denominación en estos tiempos que se vive la guerra de los sexos: discriminación de género.

Caperucita se apartó del camino a reflexionar sobre la razón del acosamiento del cual está siendo víctima y pensó que a lo mejor algún lobo en la escuela la habría tratado de engañar con algún cuento sexista que ella nunca escribió y pretende comérsela viva, como aquel lobo que se comió su abuelita.

En su huida con todos sus cuentos debajo del brazo, lejos de la biblioteca donde habitaba y donde veía a niños y niñas disfrutar de sus cuentos, Caperucita escoge sabiamente como asilo no una embajada sino un bosque encantado, al parecer creyendo que allí podía vivir amparada en el derecho de asilo, considerado por ella incapaz de ser violentado.

El episodio triste de la persecución y del asedio que vive hoy en España Caperucita me remonta a aquel admirable capítulo de la literatura ocurrido en la Inglaterra victoriana, del imperio británico, durante el extenso reinado de Victoria I, en el que tres hermanas se encierran huyendo de las rígidas trabas del sistema y convierten su creatividad y experiencia en obras maestras de las letras, como la novela «Cumbres borrascosas» o «Jane Eyre», escrita en 1847 por Charlotte Bronté.

Hay hoy en Londres una casa de ladrillos rojos, de ventanas con marcos pintados de blanco y un pequeño balcón que da a la calle, en el exclusivo sector de Knightsbridge, que no es aquel hogar de pastores anglicanos donde vivieron las hermanas Bronté, Charlotte, Emily y Anne, que ocupa  actualmente la atención mundial.

Le sugiero a Caperucita Roja que no se le ocurra tomar como refugio esa casa endiablada pretendiendo proteger sus cuentos maravillosos de un lobo llamado Leinin. Mientras tanto, me ha caído en las manos una novela policial de ficción escrito por el argentino Román Setton, titulado La casa endiablada, el cual pretendo leer y después le sugeriré a Caperucita que lo lea durante su refugio en el bosque encantado de Barcelona, donde se encuentra huyendo de la barbarie.

Pienso, desde el atolón desde el cual escribo esta sátira, que el buen rey Felipe VI y la exquisita y amorosa reina consorte de España, doña Letizia Ortiz, Junto a lo mas grado de la Real Academia de la Lengua  que se ha  pronunciado innumerable veces contra el sexismo,  deben liberar a Caperucita Roja de la infamia de una cruel e injusta persecución de un director de escuela y de un bibliotecario que en Barcelona pretenden quitarles a los niños y niñas de su reino el disfrute de una lectura de cuentos infantiles, fábulas hermosísimas y tiernas que fueron  tal vez leídas por la actual princesa de Asturias, Leonor de Borbón y Ortiz, primogénita del Rey, y por la infanta Sofía de Borbón.

El periódico Página siete, de Bolivia, está en la línea correcta y debemos solidarizarnos con su pensamiento, veamos: «Hacer que un cuento no sea sexista para algunos es tan absurdo que genera comentarios jocosos o con sorna: “El Caperucito, el Bello durmiente y Doña Quijota”; “Edipo Gay, la historia del joven que mata a su madre y se casa con su padre…”».

Verdaderamente es absurdo que a los niños y niñas del planeta se les despoje de su inocencia el mito de los cuentos de Caperucita Roja. Estas historias pertenecen a la narrativa oral las cuales fueron compendiadas para ser lo que son hoy, un manojo interesante de composiciones para avivar la inocencia.

Para evitar la desaparición de estas historias urge encarecidamente la intervención de la familia real española para que rescaten de las fauces del lobo feroz los mágicos cuentos de Caperucita.

Por favor…por favor, os ruego que dejen que sigan fluyendo con tranquilidad estos cuentos por ser clásicos de la literatura europea. Estas historias infantiles y sus personajes marcaron felizmente nuestra niñez y la niñez de millones de niños y niñas en el mundo. Estas guerras sexistas están irrumpiendo apuradamente con la cultura y, sobre todo, con la ingenuidad.

Un grupo de intelectuales, con sus hijos y nietos parados en actitud hostil y de disgustos frente a la tienda Mango, de Barcelona, entre ellos observamos indignados a los poetas Luis José Rodríguez, Mateo Morrión, Dionisio López Cabral, Pedro Mir, Pedro Peix, Gastón Fernando Deligne, entre otros, con los cuentos de Caperucita levantados y desde una celda Julián Assange vociferaba desmoralizado: «¡Lárgate, lobo malvado! ¡No te queremos en este bosque! ¡Como vuelva a verte por aquí no volverás a contarlo!

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