Opinión

De Washington a Santo Domingo: Lucha de facciones intrapartidarias

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Por: Rafael A. Escotto

“Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”. George C. Lichtenberg.

La lucha de facciones intrapartidaria, real o aparente, en el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), entre el presidente Danilo Medina y el expresidente Leonel Fernández, ha traído al seno de la sociedad dominicana un estado psicológico que oscila, de una manera preocupante, entre la angustia, la inseguridad y una inmovilidad de las actividades económicas y comerciales que podrían poner en peligro la supuesta estabilidad socioeconómica –digo supuesta sin ánimo de recelar a primera vista, porque estaría por verse qué encontraremos después que el PLD salga del poder, si es que tal cosa ocurriere.

Toda esa situación de sospecha la produce un pugilato con mira a las elecciones presidenciales del 2020. No se sabe si esa lucha de facciones intrapartidaria es tan solo una trampa muy bien preparada para mantener a la oposición encabezada por el Partido Revolucionario Moderno (PRM) embebecido y ocupado en menudencias de tipo criminal, y apartado de los problemas políticos y sociales esenciales, que si se dejan dispersos y al descuido podrían poner al país al borde del precipicio.

De dónde sale todo este razonamiento de miedo y de intranquilidad social en una población que al parecer ha perdido poder de controlar realmente su decisión de votar por el mejor o el candidato menos malo en un juego político-electoral en donde todas las células son el resultado de un mismo escupitajo y, por consecuencia de ello, el país no debe hacerse ilusiones de ver algún cambio al final del túnel. No obstante, como dijo el político y escritor francés René de Chateaubriand: «Nuestras ilusiones no tienen límites: probamos mil veces la amargura del cáliz y, sin embargo, volvemos a arrimar nuestros labios a su borde«.

Las fricciones o desavenencias políticas entre facciones de un mismo partido o ideología suelen resultar desgarradoras para las sociedades, sin importar el grado de desarrollo de la sociedad.

Para una muestra de mi anterior deducción, permítame traer a este trabajo lo que sucedió en los Estados Unidos de 1800 cuando una fracción del Partido Federalista (PF) encabezada por Alexander Hamilton, a la sazón Secretario d Estado el Tesoro en la presidencia de George Washington, luchaba contra la reelección por tercer mandato de Thomas Jefferson, del Partido Demócrata Republicano (PDR), uno de los padres fundadores de la Nación y otro grupo dirigido por el abogado y diplomático John Adams decide, estimulado por su esposa Abigail Adams, ser candidato por el Partido Federalista.

Esta división dentro de un mismo partido trajo una grave crisis en ese año que intentaba erosionar la unidad de los Federalista por las acusaciones surgidas del lado de Adams contra las supuestas maniobras de Hamilton contra los particulares intereses de su propio partido, el Federalista.

Hamilton, como todo político habilidoso que trata de permanecer usufructuando los placeres, ventajas e influencia social que da el poder, recurrió a todas las manipulaciones y artimañas, legales o ilegales, para denunciar y desacreditar una posible presidencia de John Adams y así obstruir su candidatura.

Sin embargo, alrededor del Partido Demócrata Republicano se formó un frente monolíticamente cohesionado y el Partido Federalista (PF) fue derrotado por un candidato adversario encabezado por el abogado y filosofo Thomas Jefferson, con sesenta y un votos electorales, solo tres votos más que su oponente John Adams. La decisión final fue tomada por la Cámara de Representantes dominada por una facción contraria a los dos candidatos más votados en el Colegio Electoral, amparándose en las normas constitucionales de 1787.

Entre los políticos del PLD no existe ni siquiera por asomo una figura con la unidad que no se pueda poner en duda ni tan incontestable como fue la de George Washington, que vele por los intereses generales de la nación, cuya poderosa personalidad contribuya a domeñar la división de esa poderosa organización política, de tal manera que esta no desborde su propio cauces, haciéndole saber a toda la militancia peledeista sobre los peligros que un agravamiento de la fragmentación política podría implicar al acontecer del país.

La difícil relación que el pueblo percibe entre Leonel Fernández y Danilo Medina está ampliando la brecha a una desintegración, agudizada por los incuestionables proyectos, por un lado, del presidente Medina de querer reelegirse a pesar de los vientos que tiene en su contra y de Fernández de pretender buscar la presidencia de la República nueva vez, por encima del presidente, cerrándole el paso a todo compañero de partido que pretenda aspirar a convertirse en primer ejecutivo de la nación, bajo el pretexto, vano o sustancial, de que ninguno otro candidato posee el liderato ni la ascendencia en la masa que el actual presidente del PLD.

Frente a la falta de cohesión que presenta el Partido Revolucionario Moderno y a los dislates que acusa la pobre estrategia política-electoral de esta organización y a sus confrontaciones ideológicas internas, sobre todo, la candidatura de Luis Abinader Corona, me parece ver desde mi ventana una dificultad para ganar las elecciones en 2020.

Ese partido necesita nuevos asesores, puesto que los que fungen de tales en este momento, por ocultos y obscuros compromisos que tienen con otros sectores que podrían comprometer la frontera del país, han caído en una sobresaturación de sus emociones que afecta sus convicciones y su imaginación para hacer recomendaciones políticamente razonables.

Como estoy llegando al final de estas consideraciones políticas-electorales, me gustaría decir, con el respeto que me merecen el presidente Medina y el expresidente Fernández, que de la única manera que el país podría llegar a un descanso de estos dimes y diretes, propios de la envidia, la falsedad y la ignorancia, es si estos dos líderes políticos dominicanos decidieran, para romper con su Némesis política o sed de venganza, irse al Campo de la Verdad, donde el Cid obtuvo su título de Campeador y se batieran en un duelo o combate para dirimir sus pleitos, pleitos que en este caso, no parecen ser ideológicos, como sucedió en el duelo entre Alexander Hamilton y Aaron Burr, en el que el honor, la valentía y la dignidad de ambas figuras políticas estadounidenses los llevaron a este lamentable desafío en el que resultó herido de muer el primero, quien había nacido en Charlestown, isla Nieves, actual San Cristóbal y Nieves, recibiendo cristiana sepultura en la Iglesia Anglicana Trinity en Nueva York.

Después de estas reflexiones, me resisto a irme a un combate con la historiografía política, lo que si hago es poner a descansar mi pluma que todavía conserva unas gotas de tintas para la próxima entrega.

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