Opinión

ECO DESDE EL MONUMENTO: Mons. Romero, su canonización y su vida

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Por: Rafael A. Escotto.

 

«Si me matan resucitaré en el pueblo«, Mons. Romero

Una reflexión en el día de las Mercedes

En un momento en que la Iglesia católica como institución de confianza pasa por amargos cuestionamientos en cuanto a su verdadero carácter, apego y recto camino en la historia de la fidelidad de algunos de sus vicarios, el mundo vuelve a ella por vía de una divina santificación del salvadoreño más universal, por su compromiso social con los más humildes, intercesor contumaz de los campesinos del mundo, muerto en el altar en medio de una homilía por una bala endemoniada disparada por orden de Satán.

Debo consignar aquí, a manera de enseñanza, lo impensado, sobre todo, para quienes no tienen conocimiento de las nomenclaturas de la iglesia católica. El altar en tiempo de Abraham, Isaac, Jacob, Moisés simboliza «lugar de sacrificios o de matanzas« (Ex. 27-1), y en griego lo designan como «lugar de martirio«.

La figura emblemática de monseñor Oscar Arnulfo Romero, una voz eminente y vigorosa de esperanza, no solo para El Salvador, para América Latina, representó también con valentía y con humildad y mansedumbre estimando a cada uno y a los demás, como aparece en Filipenses 2-3. No cabe duda que la vida de monseñor Romero fue apreciada por ser una ofrenda constante hasta el final.

Este hombre sabio, un beato alejado de la altivez, del desprecio, más bien asociado al clamor de los pobres ecuménicos con amorosa convicción, se ofreció en cuerpo y alma, como lo hizo Jesús, el Jesús sacerdote que expuso su vida a la muerte, acaba de ser beatificado por las palabras sacramentales del Papa Francisco en la hermosa e imponente Plaza de San Pedro.

Una mayoría significativa de los que forman la institución de la iglesia católica, incluyendo algunos cardenales que están en el Vaticano, está gozosa con la beatificación de Mons. Oscar Arnulfo Romero.

De igual manera y con la misma intensidad podemos decir, que una minoría de ellos que se han aristocratizados y politizados in extremis se colocan al lado de las oligarquías salvadoreña más odiosa para desde adentro del templo repudiar esta santificación hecha por el Papa Francisco.

Monseñor Romero, como sacerdote con un alma llena de pureza, como aparece en la Biblia, se sacrificó como una víctima sinceramente propiciatoria y necesaria, pagando el precio justo en reparación del gran pecado cometido por una parte de la oligarquía de empresarios explotadores en connivencia con una facción de militares salvadoreños para darle muerte a un siervo doliente del Señor que aceptó, por amor, la misión de ser la victima que pagara el alto precio por la traición de algunos curas católicos aburguesados que, acompañado de un diminuto círculo militar, se oponían a la defensa de los pobres del El Salvador y del mundo.

A partir de ese momento tan solemne y tan ingente como la consagración, en que Cristo está presente en la Eucarística, monseñor Romero entra a la designación de San Arnulfo Romero, por su martirio, como el de Abel, cuya sangre cayó derramada sobre la tierra por orden de una ala aburguesada salvadoreña erigida en Caín.

El cáliz sencillo que le regaló el Papa Paulo VI, la vestimenta eclesiástica y la hostia ensangrentada en la capilla del hospitalito Divina Providencia, en El Salvador, lugar del martirio donde fue derramada la sangre de la figura venerable y santa del beato San Oscar Arnulfo Romero, constituidas en reliquias, fueron presentadas por el Papa Francisco durante la ceremonia de canonizacion por ser vestigios sacramentales.

Considero importante destacar en esta especial entrega dedicada a distinguir la canonización de un verdadero y auténtico cristiano, un hombre de compromiso, como fue en vida Monseñor Oscar Arnulfo Romero y traer unas palabras de exhortación que aparecen en el Apocalipsis con las cuales el Señor le dijo a su siervo Juan: «Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza«.

¿Qué quiso decir el Señor con “yo conozco tus obras y tu tribulaciones y tu pobreza?”

Dios conoces lo difícil que es llevar a cabo un apostolado o defensa de los pobres, de los campesinos y de las personas humildes; El también conoce perfectamente, aunque algunos no lo creyeren porque en el camino se volvieron poderosos, que en la grey de la iglesia pueden presentarse apóstoles que no lo son, realmente porque ellos se hicieron invisibles a la fe, al sufrimiento, al servicio y al amor.

De aquí puedo decir categóricamente, que Dios conoció las obras, la caridad, el servicio, la fe de este discípulo suyo tan dado a ocuparse de los demás.

Me permito traer esta voz del Señor porque ella ha de ser la misma del Papa Francisco en el ceremonial de declaración oficial de la vida ejemplar del difunto Monseñor Romero, el beato cuyas virtudes han merecido del que fue primero siervo de Dios, luego venerable o digno de estima y de honor y finalmente proclamado santo por el primer Papa latino de la historia.

Este San Romero de América, como le llamara el Premio Nobel de la Paz, el argentino, Adolfo Pérez Esquivel, pacifista, defensor de la democracia y los Derechos Humanos, autor del libro El Cristo del poncho, el pelegrino de la no violencia, fiel hasta su muerte, quien recibió de parte del Papa Francisco la corona de la vida de Dios, con su beatificación el domingo de la divina misericordia.

Podemos decir, finalmente, como Jeremías, que San Oscar Arnulfo Romero, con su martirio le dio a El Salvador y a Latinoamérica un futuro y una esperanza.

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