Editorial periódico Camino.
A los inmigrantes que conviven con dominicanos en Estados Unidos, y otras naciones, les causa asombro ver que los hijos de esta patria amada la llevan en el corazón como una madre, y que si pudieran venir cada semana a visitar sus familiares, lo harían.
No sucede así con otros inmigrantes procedentes de países latinoamericanos y otras partes del mundo. Ellos se van desarraigando de su familia y cultura, y pueden durar muchos años para volver. Algunos no regresan.
Parece ser que el hecho de nosotros ser isleños y proceder de núcleos familiares muy fuertes, además de los valores que sembraron nuestros padres, nos ata a nuestra tierra para siempre.
Esos valores de solidaridad, preocuparse por el que sufre, el amor y entrega a nuestros padres, son pilares que han ido resistiendo las tempestades del individualismo que azota a otras sociedades que los han acogido.
Esto explica que nuestros hermanos que un día partieron hacia otras latitudes con el corazón lleno de nostalgia, en busca de un mejor destino, no olvidan a los que dejaron en su bella tierra quisqueyana.
En Los Estados Unidos, España y otros países, se desviven llevando dos y hasta tres jornadas de trabajo, para enviar cada mes las remesas que alivian la pesada carga de los que un día dejaron aquí, y que pasan por momentos muy difíciles, cuando llega una enfermedad, o cuando se necesita reparar el techo que los cobija, y el mantenimiento diario del hogar.
¿Cómo estarían viviendo tantas familias dominicanas sin las remesas que reciben cada mes de sus familiares residentes en el exterior?
El ejemplo de esta solidaridad y entrega, lo vemos al conocer que según el Banco Central, las remesas recibidas en los primeros ocho meses de este año, suman 7.112.5 millones de dólares.
Expresemos nuestra gratitud y reconocimiento a estos hombres y mujeres, con un trato cada vez mejor hacia ellos, aquí y allá.La comunidad dominicana en el exterior es una verdadera columna para el sostenimiento y fortaleza de nuestra economía. Amor con amor se paga.