Opinión

En la casa de la poesía y la literatura cubana hay duelo

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Por Rafael A. Escotto.

Tomé en mis manos el libro biográfico que sobre la vida poética y literaria de Rainer Maria Rilke escribió Maurio Wiesenthal, y hojeando sus páginas admirables levando mis ojos y veo que Telesur se refería en su noticiero sobre la muerte del laureado poeta y escritor cubano Roberto Fernández Retamar…inmediatamente detuve mi lectura. De entre mis dedos saltó mi pluma que en el instante escribía, como aquel pájaro de las alas doradas que vuela sobre el pico Turquino.

Trémulo, leo unos trozos del poema «Limites» de Jorge Luis Borge, a manera de liberar la pesadumbre que me causó la sorpresiva muerte del glorioso ensayista y quien fuera secretario de la Unión de Escritores y Artista de Cuba y presidente de Casa de las Américas:

«Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar/Hay una calle próxima que está vedada a mis pasos/hay un espejo que me ha visto por última vez/ hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo/ Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)/hay alguno que ya nunca abriré/Este verano cumpliré cincuenta años/La muerte me desgasta incesante/». No fue suficiente aplacar mi desconcierto.

En medio de mi consternación, recuerdo que el poeta Luis José Rodríguez Tejada, quien conoció a Fernández Retamar en Cuba, nunca dejaba de hablarme de Rilke, de sus oraciones de alabanzas a la hora de liturgia. Extrañamente, no sé porque no he leído su libro titulado Oraciones, quizás por el arrastramiento espiritual que llevó al poeta en lengua alemana a conocerse asimismo a través de los arcanos,

No sé por qué a una hora tan tarde de la noche y en medio de mi desconsuelo puse a tocar un disco de Benny Moré. Será tal vez porque el poeta iluminado recientemente fallecido Fernández Retamar escribió:

«Es lo mismo de siempre: ¡Así que este hombre está muerto!/¡Así que esta voz/Delgada como el viento, hambrienta y huracanada/ como el viento/es la voz de nadie!/ ¡Así que esta voz vive más que su hombre/Y que ese hombre es ahora discos, retratos, lagrimas, un sombrero/Con alas voladoras enormes y un bastón!»

El pensamiento filosófico y poético de Fernández Retamar tuvo la particularidad de la flor, cual es florecer para llenar de belleza los espacios, reproducirse y fortalecer con su gran intelecto el universo. En el poema «El primer otoño de sus ojos» nos sumerge en un mundo indescifrable de símbolos y de signos, de frio y de memorias, veamos:

«Hojas color de hierro, color de sangre, color de oro/Pedazos del castillo del día/Sobre los muertos pensativos/Mientras las luz se filtra entre las ramas/el aire frio esparce las memorias/ Cuando camino andado hasta la huesa/Donde se han ido ahilando/Los amigos nocturnos el vino/Y los lejanos maestros/Quedar como ellos profiriendo flores/quedar juntos y dialogar/En plantas renacientes/para que nuevos ojos escuchen mañana/ En el cristal de otoño/los murmullo de corazones desvanecidos/»

En este poema el excelentísimo poeta cubano se llena de luz, alumbra poemas, anda caminos con su lira encendida, se reúne con amigos de la noche y el vino y dialogan, filosofan haciendo que el otoño se haga más precioso con su dialéctica asombrosa y tierna.

En medio de ese mundo de ilusiones bohemias otoñales y de hojas secas del color amarillo del equinoccio, Pablo Neruda atrapa mariposas en el otoño y escribe, como solo él supo hacerlo: «No tienes nada/No está enfermo. Te parece/Hoy una mano de congoja/llena de otoño el horizonte/ y hasta de mi alma caen hojas/Era la hora de las espigas/el sol ahora/convalece/Todo se va en la vida amigos/se va o perece/»

Sin embargo, me niego aceptar la muerte de Roberto Fernández Retamar, por todo lo que este intelectual habanero significó para los que escribimos desde islas primaverales, las que el sol ilumina permitiendo que el polen de las ideas llevadas por el viento zafiro produzca semillas y fecunden la inspiración literaria.

Esta muerte de Fernández Retamar me torna triste, hace guarecerme repentinamente en un poema de Manuel Machado, cuando metafóricamente miro de soslayo, me aflijo al observar la poesía cubana metida en un sarcófago, y recuerdo que fue casi ayer cuando La Habana sintió sus pies de poeta recorrer sus esencias;

«Me hace triste como una tarde de otoño viejo/ de saudades sin nombre/de penas melancólicas tan lleno…Mi pensamiento entonces/vaga junto a las tumbas de los muertos/ y en torno a los cipreses y a los sauces/que abatidos, se inclinan…Y me acuerdo de historias tristes, sin poesía…Historias que tienen casi blancos mis cabellos/»

Frente a la inevitable realidad de la muerte, me ilusiono y veo la imagen del otro Roberto Fernández Retamar escribiendo antes de hacer su entrada al frio mausoleo donde van los muertos. Disfrutemos, finalmente, de la creatividad de este gigante de las letras cubanas y universales que se nos ha ido tan ligeramente cuando la lucidez de su producción literaria estaba en su mejor época de alumbramiento:

«Nosotros los sobrevivientes/ ¿A quienes debemos la sobrevida? ¿Quién se murió por mí en la ergástula/quien recibió la bala mía/la para mí en su corazón? ¿Sobre qué muerto estoy yo vivo/Sus huesos quedando en los míos/Los ojos que le arrancaron viendo/ Por la mirada de mi cara/Y la mano que no es su mano/Que no es ya tampoco la mía/escribiendo palabras rota/donde él no está en la sobrevida?»

Nuestras condolencias más sentidas a su hija Laidi y al pueblo cubano que sonrió con él aquellas noches de gozos literarios, que aprendió con él en las aulas augusta de docencias y que sufrió con él cuando el tiempo casi se le iba apagando, como cuando el candil consume sus energías y deja de alumbrar en noches de tinieblas.

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