Opinión

La vulgaridad en la comunicación: el pan nuestro de cada día

• Bookmarks: 84


 

Por J. Luis Rojas

[email protected]

 

La vulgaridad nunca había tenido tanta incidencia en los medios de comunicación como ahora, especialmente en las plataformas digitales. No se manifiesta únicamente en el lenguaje: también está presente en los gestos, los valores, los atuendos, las relaciones y las prácticas sociales. La comunicación, la psicología y la sociología siempre se han empeñado en estudiar los efectos —positivos y negativos— que provoca el acto comunicativo en la toma de decisiones y en la conducta individual y colectiva de las audiencias. La presencia del mamarrachismo en la comunicación carece de todo valor formativo para las audiencias.

 

Los medios digitales y tradicionales que facilitan la comunicación de masas deben ser utilizados por personas responsables, capaces de transmitir contenidos útiles y significativos a sus audiencias. Algunos nuevos talentos que incursionan en el ámbito comunicacional incurren en el error de creer que, mediante la vulgaridad como estrategia y la bufonada como recurso, lograrán captar y mantener la atención de los receptores. Sin embargo, el respeto y la admiración del público no se obtienen difundiendo historias falsas ni atentando contra la buena honra de personas, marcas u organizaciones.

 

Hoy en día, es común ver y escuchar a una cantidad considerable de personas que se autodenominan “productores de contenido” para plataformas digitales —y que también se hacen llamar “influencers”, aunque no periodistas éticos ni profesionales provenientes de los medios tradicionales— emplear un lenguaje vulgar para expresar sus opiniones sobre temas sociales, políticos, económicos, culturales, entre otros. La vulgaridad se ha convertido en el pan nuestro de cada día, más en redes sociales y plataformas digitales que en los medios tradicionales, aunque en estos últimos también hay figuras que modelan y fomentan lo vulgar.

 

Como señala el asistente digital impulsado por inteligencia artificial, Copilot de Microsoft, el lenguaje vulgar consiste en el uso de expresiones groseras, obscenas o coloquiales que rompen con las normas del habla formal. Más allá del ámbito comunicacional, la vulgaridad puede cumplir funciones expresivas, identitarias o provocadoras. Además, se plantea que el vulgarismo lingüístico implica una desviación de la norma gramatical o léxica, lo cual puede evidenciar una falta de educación formal o pertenencia a ciertos grupos sociales. Sin importar el contexto, la vulgaridad no enseña nada positivo.

 

Algunos comunicadores digitales e influencers emplean deliberadamente la vulgaridad como estrategia comunicativa y de marketing. Lo vulgar también se manifiesta en ciertos géneros musicales, como el reguetón. “En algunos contextos, lo vulgar se usa para generar impacto, humor, cercanía y captar la atención, aunque puede deteriorar la calidad del diálogo y la percepción del emisor. Los medios de comunicación han contribuido a legitimar lo vulgar como parte del entretenimiento, desplazando contenidos más reflexivos” (Copilot-Microsoft).

 

Los cambios que han transformado los medios analógicos han traído como consecuencia que la libertad de expresión se confunda con el libertinaje, la chercha y la vulgaridad al estilo Alofoke. Los aportes de muchas plataformas digitales dominicanas actuales a los distintos segmentos de la población —especialmente a los jóvenes— son insignificantes, perversos y dañinos. La falta de ética, profesionalismo y respeto por la dignidad humana con que los nuevos “gánsteres digitales” elaboran, difunden y comparten contenidos está incidiendo negativamente en el comportamiento individual y colectivo de adolescentes y jóvenes. Las plataformas digitales dirigidas por resentidos y desequilibrados mentales solo sirven para dañar e idiotizar a quienes carecen de pensamiento crítico.

 

Con el nacimiento del Internet (1969) y el auge de las redes sociales (1997), los medios analógicos dominicanos —radio, televisión, prensa escrita, revistas, cine, entre otros— perdieron relevancia, competitividad, influencia y participación de mercado. Todo indica que ni los propietarios ni los ejecutivos de los medios tradicionales previeron el impacto que tendrían el Internet y las redes sociales en el ecosistema mediático nacional. A diferencia de épocas anteriores, en la nueva realidad comunicacional lo más importante ya no es el efecto positivo del mensaje, sino la cantidad de views y likes. Más allá de la modernidad, la comunicación social debe seguir cumpliendo funciones esenciales: educar, orientar, informar y entretener.

 

Para desgracia de la sociedad dominicana, muchos de los llamados comunicadores que hoy lideran en views y likes se comportan como rebeldes sin causa. Son influencers con talento para persuadir y manipular a determinados grupos sociales, pero carentes de habilidades y pensamiento crítico para discriminar los contenidos tóxicos que circulan en los ecosistemas digitales. Sin limitar la libertad de expresión, es urgente establecer mecanismos confiables que impidan que cualquier deslenguado y vulgar utilice irresponsablemente los medios tradicionales y digitales para hacer payasadas que idiotizan a las audiencias.

 

La arrogancia, ignorancia y vulgaridad con que se expresan y actúan los pseudocomunicadores digitales exige que los sectores sensatos de la sociedad dominicana busquen mecanismos efectivos para contrarrestar los efectos negativos de los contenidos alienantes e insignificantes que estos producen y transmiten, especialmente a adolescentes y jóvenes. Ante esta amenaza, la Comisión Nacional de Espectáculos Públicos y Radiofonía (CNEPR), el Colegio Dominicano de Periodistas (CDP), las iglesias, la Asociación Dominicana de Escuelas de Comunicación Social (ADECOM), la Asociación de Instituciones Educativas Privadas (AINEP) y las asociaciones de padres de escuelas públicas no pueden mirar hacia otro lado ni permanecer indiferentes.

 

Dicho en pocas palabras: la presencia y tolerancia de la vulgaridad en plataformas digitales, redes sociales, medios tradicionales y expresiones musicales ha pulverizado la capacidad crítica de las audiencias. Ojalá que el Poder Ejecutivo no eche en saco roto el proyecto de ley que busca regular la libertad de expresión y los medios digitales en la República Dominicana. ¿Qué pasaría con aquellos comunicadores que utilizan estos espacios para visibilizar payasadas y vulgaridades, si doña Zaida Ginebra viuda Lovatón estuviese al frente de la —hoy casi extinta— Comisión Nacional de Espectáculos Públicos y Radiofonía?

84 recommended
225 views
bookmark icon