Opinión

Que no llamen “pastor” a cualquiera que ande con una biblia 

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Por Tomás Gómez Bueno

 

En los últimos años, hemos notado un mayor acercamiento de la prensa escrita hacia los evangélicos en la República Dominicana. Sin embargo, persiste una gran incomprensión acerca de nuestra composición, estructura y forma de organización. Esta falta de entendimiento se hace evidente cada vez que en los medios aparecen noticias relacionadas con nuestra fe.

 

Quizá nosotros mismos no hemos sido lo suficientemente diligentes para que la prensa, especialmente la escrita, tenga una percepción más precisa de quiénes somos y del aporte real que representamos para el bienestar y la convivencia social de todos los dominicanos. Como resultado, los medios no nos tratan conforme al capital social que los evangélicos encarnamos, y en medio de esta subvaloración, la imagen más distorsionada y dañada ha sido la del pastor.

 

Sorprende la frecuencia con la que la prensa otorga el título de “pastor” a personas que no lo son, y, peor aún, en el marco de hechos aislados y reprobables que nada tienen que ver con el ejercicio pastoral genuino. Existe una tendencia —con contadas excepciones— a publicar titulares sensacionalistas como: “Pastor mata”, “Pastor estafa” o “Pastor abusa”. Se trata de un recurso periodístico para captar la atención y lograr mayor impacto, pero que, en realidad, refleja mediocridad y pobreza de estilo.

 

Nuestra prensa arrastra ciertos clichés y vicios lingüísticos. Por ejemplo, cuando se refiere a un extranjero que no es de nuestro vecino país, suele decir “un ciudadano”; pero si lo es, entonces escribe “un nacional haitiano”. Del mismo modo, mi profesor de periodismo solía ironizar: “En el Listín Diario, los muy ricos fenecen, los de clase media alta fallecen y los pobres se mueren”. Son fórmulas repetitivas que sustituyen la precisión y el trabajo de verificación por atajos fáciles.

 

No negamos que existan casos aislados de pastores que han cometido actos condenables. Sin embargo, el aporte social, humano y espiritual que realizan los pastores en nuestras comunidades es tan significativo, que antes de asociar el título de “pastor” con un hecho delictivo, el periodismo responsable debería investigar si la persona en cuestión realmente lo es, a qué organización pertenece, cuál ha sido su trayectoria ministerial y cómo es valorada por su comunidad.

 

¿Se ha detenido la prensa a ponderar el peso social y el aporte a la paz y la convivencia que hacen los pastores en nuestros barrios? ¿Desde la sociología o el periodismo investigativo se ha medido su papel en la construcción de relaciones armoniosas que sostienen el tejido social?

 

Recuerdo cuando líderes evangélicos decidieron rechazar públicamente el mote de “sectas” que, con frecuencia y de forma peyorativa, utilizaba el entonces cardenal Nicolás López Rodríguez. Gracias a esa firme postura, se frenó un trato despectivo que, de no haberse confrontado, probablemente persistiría hasta hoy.

 

Del mismo modo, debemos rechazar la tendencia periodística de llamar “pastor” a cualquiera que simplemente haya pasado por el frente de una iglesia evangélica. Esa costumbre, además de tendenciosa, es injusta y contraria a la responsabilidad informativa.

 

Esto debe terminar. Cuando un medio se refiera a un pastor, debe indicar a qué denominación pertenece y ofrecer un perfil claro de su trayectoria. Hoy, con tantas herramientas y facilidades de comunicación, esa verificación es sencilla.

 

Y nosotros, los pastores, sigamos orando para que el Señor nos ayude a tener mayor notoriedad e impacto, no por titulares negativos, sino por la obra y los aportes que hacemos cada día a la paz y la convivencia en esta nación.

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