Opinión

Santiago, el caballo blanco de don Antonio Guzmán

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Por: Rafael A. Escotto

Rafael A. Escotto

Y mientras don Antonio cabalgaba, su corazón retumbaba en los pasos sobre el campo húmedo; resonaba en el resollar y el mascar del freno de Santiago, su caballo blanco.

A: la familia Guzmán-Klang

El día que ocurrió aquel penoso acontecimiento el alba y las aves emergían con sus tonalidades, sus dulzuras, como si fueran dueños de la distancia que el amanecer levantó el negro velo del crepúsculo y la luz de la aurora apareció radiante ante mis ojos.

Vi a García Lorca cogiendo nidos y ramas sobre los campos, rodeado de la aurora. ¿Por qué te perdí por siempre en aquella tarde clara?

En medio de la alborada sentí debajo de mis pies descalzos los cascos de un caballo galopando que llegaba a mi presagioso; allá, en la distancia, en un claro del bosque, alcancé a ver la figura imponente, no obstante noble, de un animal de color blanco, con sus crines al viento, moviendo su cabeza como si presintiera algún suceso oculto.

La piel del caballo era como una llanura sin árboles donde el alce pacta.

No era el caballo blanco de Bolívar que conquisto naciones y pueblos sudamericanos, tampoco era el caballo blanco de Napoleón ni el de George Washington, comandante del ejército continental revolucionario en la guerra de independencia de los Estados Unidos de 1776, a quienes los cronistas de guerra les atribuyeron grandes victorias.

Era Santiago, el caballo blanco de don Antonio Guzmán Fernández, emblema de fuerza vital, un caballo que al decir de los celtas, pertenecía al dios sol.

Por su porte, se parecía al caballo de los sueños de Neruda: desnudo, sin herraduras y radiante. Galopaba sin luz y sin cielo. Una vez le vi conducido por un hombre verídico, trotando sobre blancas arenas, con el sol detrás proyectando su egregia figura. Su lomo eran mundos y naranjas como el caballo del poeta que creció con él.

Llevaron a Santiago a pactar en la cumbre de Jamao, en la exuberante naturaleza de la provincia mocana. Retozando se le veía alegre en los llanos, relinchando, corriendo en la llanura, miraba con sus ojos hundidos en la oscuridad de lo impensado.

Sorpresivamente, – Santiago -, el caballo de don Antonio, deja de relinchar de gozo; ya no trota alegre sobre el verde prado; se le ve allí en el silencio, su vista perdida en la distancia. Una inesperada penumbra le impide ver el sol y las estrellas cabalgar sobre la sublime cordillera.

Nadie logra descifrar su desconsuelo ni siquiera el veterinario acierta la repentina enfermedad de aquel esquino inconsolable, color algodón.

Las noches se convierten en un infinito sendero, un camino largo sobre el cual una luna negra cabalga con un jinete muerto sobre su lomo. El caballo despierta sobrecogido con ojos suplicantes.

Moría débil, sin energías – Santiago -, el caballo blanco de don Antonio Guzmán Fernández…moría de tristeza a las luces claras aquel hermoso animal, como escribió Lorca: con el cuerpo reseco como una estrella apagada.

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