Por: Rafael A. Escotto
«Sin continuo crecimiento y perseverancia, palabras como mejora, logro y éxito no tienen significado«. (Benjamín Franklin)
El brillo y los aportes al embellecimiento físico que ha recibido el municipio y ciudad de Santiago, vistos desde la cresta del Cerro del Castillo hacia su horizontalidad, parecen desafiar, sin proponérselo, la notoriedad del Monumento a los Héroes de la Restauración levantada dicha majestuosa edificación bajo el diseño fenomenal del arquitecto Henry Gazón Bona y la construcción la dirigió el destacado ingeniero santiagués Mauricio Álvarez Perelló.
Así como el Paris galante, aristocrático y glamoroso intenta cada día provocar la creatividad artística a la que fue sometida la Torres de Eiffel por los arquitectos Maurice Koechlin y Émile Nouguier, con todo su encanto y fascinación, Santiago, el principal centro metropolitano de la región norte, pretende conquistar un turismo cultural interesante que reclama, al mismo tiempo, una responsabilidad y un compromiso social de todos sus habitantes a preservar su acervo patrimonial y su predominio.
El Plan Estratégico 2030, creado por el Consejo de Desarrollo Estratégico de la Ciudad y Municipio de Santiago (CDES), representa un proyecto ideado y elaborado con una serie de objetivos fundamentales para impulsar un rediseño organizativo de ciudad provocador, que le permita al municipio de Santiago reemerger como un producto atractivo para una colectividad que en pleno siglo XXI todavía no había podido escapar de la imagen que le facultaba para vender un género ciudad que no había recibido de sus autoridades municipales el tratamiento oportuno para estos fines.
La propuesta del CDES se veía desafiante para cualquier alcalde del Municipio que no tuviera unos propósitos firmes de desarrollo estratégico, porque para encarar los retos sociales, había que someter la ciudad a una rigurosa transformación de tipo ornamental, de aseo y de organización urbana, entre otras cosas, que adoptara medidas de cierta drasticidad contra sectores que estaban contribuyendo a afear y a contaminar el medio ambiente.
Es justo reconocer, que no fue hasta la llegada del alcalde Abel Martínez Durán, quien trajo una agenda muy proactiva con la firmeza de devolverle a la ciudad de Santiago su histórica preeminencia de metrópoli, la cual había perdido el rol de centro urbano regional económico, social y turístico en capacidad de competir en cierta medida con la ciudad capital.
Hablo del acalde Abel Martínez, alejado de simpatías políticas, porque no hay ningún otro referente cercano que me pueda servir para incorporarlo como ejemplo adicional en materia de ordenamiento de la vida municipal de Santiago. Hago esta aclaración oportunamente para tratar de alzarme –como dijo el educador y orador estadounidense Booke T. Washington –«por encima de las nubes de la ignorancia, la ineptitud y el egoísmo« que suele traer envuelta la política en sociedades que están debajo del sol.
A todo esos esfuerzos de planificación urbana elaborados por el CDES hubo que recurrir, primero, a crear una memoria informativa sobre los antecedentes que pudieran justificar una propuesta y unas normas que obligarían al cumplimento del uso del suelo y luego, regular las condiciones para su transformación y/o conservación de los bienes de la ciudad, como adecentamiento de las calles, plazas, puentes y caminos que sirven de usufructo a todos los habitantes.
El desorden político que crea la lucha por alcanzar puestos públicos, como es el caso de una alcaldía con el peso político, industrial, económico y social de Santiago, ocasiona que personas antisociales criminalicen su conducta deliberadamente sirviendo propósitos políticos nocivos, dedicándose a embadurnar o embarrar los maravillosos murales pintados por artistas locales. Frente a esta inmoralidad social de algunos individuos hubiese sido necesario que la comunidad artística se pronunciara denunciando estas sinvergonzonerías que tienen un matiz político.
Quienes propician e incentivan esta clase de vandalismo no pueden llamarse santiaguenses ni dominicanos, toda vez a que los daños causados contra cualquiera propiedad artística o edificaciones patrimoniales remodeladas por el municipio o por el Estado nacional, forman parte de nuestra herencia histórica.
Promover esta clase de barbaries merece el repudio de la colectividad y, además, es posible que algunos candidatos a alcaldes al sentirse políticamente derrotados ese fracaso les haya afectado emocionalmente y en su trastorno, hayan recurrido a prohijar este clase de salvajismo social.
Santiago se ha propuesto, por encima de esas salvajadas, a recorrer una ruta de planificación estratégica, a fin de salir de los contrasentidos urbanísticos y al desorden a que la indiferencia administrativa municipal lo había sometido. La sana intervención del Consejo Estratégico del Municipio y de la Ciudad de Santiago (CDES) ha cambiado ese panorama.