Opinión

Braudrillard y la guerra que no existió

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Por: Rafael A. Escotto

«Si Lacan fue el filósofo del deseo, convirtiendo su obra y su práctica en una perfecta máquina de captura del deseo del Otro, Jean Braudrillard fue el filósofo de la seducción, el simulacro y la simulación«. Juan E. Fernández Romar

A: Luis José Rodríguez Tejada

Con las obras «El ser y la nada« (1943), «El existencialismo es un humanismo« (1945) y «Manos sucias« (1948), entre otras producciones del escritor, filósofo y novelista parisino Jean-Paul Sartre, el mundo se volvió confuso o alucinante. Sartre quiso entusiasmar al hombre como un proyecto diciéndole que el «ser no es otra cosa que lo que él se hace«, siendo este «el principio del existencialismo«.

Nosotros no tenemos inconveniente en aceptar la noción que dice que el ser humano es un «eyecto« o un ser que debe hacerse. Quizás ese hombre ni siquiera ha existido y solo está en el mundo sublimizado por Sartre. Es posible que el afamado dramaturgo nos trate de maravillar con una de sus obras dramática «El diablo y Dios«, puesto en escena en 1951.

En «El diablo y Dios«, Sartre intenta poner al hombre ante un dilema moral y religioso y para ello entra en esta dramaturgia creando un ser que reta a Dios a hacer el mal. En contraposición a esta incitación aparece el personaje de un sacerdote que intenta inducirlo a hacer el bien.

No obstante, uno de las figuras de la obra se radicaliza y dice que es difícil hacer el bien porque cada vez que intenta hacer algo bueno, sucede lo contrario: «aparece el mal no buscado«. Para probar su tesis hace una apuesta, ser agradable a Dios. No cabe duda que Sartre en este drama se nos muestra genial transportándonos a un conflicto fetichista arrebatador

Luego, vino el pensador francés Jean Braudrillard como príncipe y rey muy presumido haciendo enfoques corrientes e incorrectos, creando más confusión con la argumentación «La guerra del Golfo no ha tenido lugar« (1991) y la «Ilusión del fin« (1993), tratando con este último libro de llevarnos a una de sus fantasías que busca rectificar el siglo y todo lo acontecido en esa centuria, tales como la Revolución bolquevique de Rusia del 1917, la primera guerra mundial de 1918 y l a gran depresión de 1929, entre otros hechos que sacudieron al mundo.

Me atrevo a decir en este trabajo que Braudrilliard, a partir de la guerra de independencia de Argelia entre el 1954 y 1962 se dejó seducir por la corriente filosófica que plantea una proposición que no resiste el más mínimo debate ontológico, cual es, que la «existencia precede a la esencia y que la realidad es anterior al pensamiento y la voluntad a la inteligencia«.

Cuando Braudrillard habla de la «esencia«, pienso que nos quiere llevar a la esencia aristotélica, que propone lo fundamental como si fuera algo real.

En el momento que Braudrillard nos dice en su libro «La guerra del Golfo no ha existido«, los «hechos, aun los más clamorosos, se comportan como simulacros y acaban siendo vividos como simple espectáculo«, inteligentemente está tratando de hacernos seguidor de la «hiperrealidad«, un concepto que fue muy bien cultivado por él en el terreno de los signos y con el cual intenta utilizar la «incapacidad de la conciencia para distinguir la realidad de la fantasía«.

Creo, con el mayor respeto por la inteligencia del sociólogo y filólogo graduado en La Sorbona, que el también autor del libro El Crimen Perfecto (1996) Jean Braudrillard es un creyente en los mitos, como lo fue el editor del diario New York Sun, Richard Adams Locke.

En realidad el autor de La guerra del Golfo no existió sabe muy bien que esa guerra fue una realidad pero no quiere reconocer el hecho porque sería entrar en el terreno de la filosofía que obligaría investigar las acciones del hombre y esta clase de exploración es muy compleja en la cultura humana y mundial.

Para Jean Braudrillard es mejor permanecer en el campo de la ficción que enfrentar la teoría del politólogo estadounidense de origen japonés Francis Fukuyama contenida en su libro «La ilusión del fin« (1992).

El autor de «La guerra del Golfo« objetó a Fukuyama de esta manera: «El problema de hablar del fin (en particular del fin de la historia) es que uno debe hablar de lo que hay más allá del fin y también, al mismo tiempo, de la imposibilidad de finalizar«. Ahí estuvo el dilema de Braudrillard.

Finalmente, para poder comprender el gran enigma de Braudrillard tendría que irme al libro de Fukuyama «El fin de la historia y el último hombre«, ni siquiera pretendo estudiar el fin del mundo de la Biblia, prefiero, en cambio, ver la historia como lucha de las ideologías, de normas, ideas y creencias que son compatibles entre sí, que tienen que ver con la conducta, como nos las refieren las ciencias sociales.

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