Opinión

El perverso y el niño miserable

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Por: Rafael A. Escotto.

 

Aquel desgraciado perverso se paseaba triste y insolente por las calles polvorientas de la ciudad, El malvado no era negro ni era blanco de tez ni de alma. Era más bien un ser anodino, socialmente insignificante.

Debajo de sus pantalones ni llevaba las bolsas que le cuelgan a los hombres bragados y mucho menos mostraba el valor de erguirse frente a la reciedumbre de una efigie rígida de un prócer esculpida en bronce con el escoplo trémulo de las manos soberbias, de carnes y huesos, de un artistas acabado de salir de la cárcel, que no era negro como sus manos blancas del artista celestial que dibujo el universo.

Nadie le miraba, todos parecían mirar la pobreza espiritual de aquel hombre negro de alma, con su tez de un color que no llevaba nadie sobre su piel. Aquel miserable caminaba remolcando penosamente una de sus dos piernas. Era tanta y tan pesada su pobreza moral que apenas tenías fuerzas para ocultar la agresión de sus maldades que traslucía su rostro.

A todo aquel despilfarro de hipocresía, no se sabe por qué la gente le veía con ojos de piedad. O quizás este hombre, cuyo rostro cubría una careta que enseñaba una sonrisa alentando el designio de la burla, similar a esos personajes que escenifican sátiras en las calles personificando una identidad diferente a la que verdaderamente la suya es.
En otro escenario contradictorio – no conflictivo – se ve a un niño negro de famélica figura caminar desnudo sobre las mismas calles que aquel personaje perverso de la máscara que recorría con singular cinismo las calles del pueblo.

El niño negro con rostro blanco del hambre es rechazado por la gente quienes asombrado cierran las ventanas de sus casas a la indigencia, a manera de desprecio o para no contaminarse mientras parecen aplaudir al perverso desgraciado que va por las calles paseando su falsedad.

Ambas escenas representan el cuadro doloroso de una tragedia social en la que lo perverso y lo desolador son dos ramales humanos que se confluyen para conformar la realidad de una comedia política-social.

La escena de las ventanas cerrándoseles a la miseria reflejada en el rostro negro de aquel niño descolorido, puede verse como un drama en el que el autocastigo por errores cometidos aparece, quizás porque la gente había perdido la capacidad de perdonarse y no puede aceptar que ha venido haciendo algo mal.

En el desarrollo posterior de la simulación del hombre en disfraz de perverso a cuya figura no le cierran las ventanas, lo veremos en las mismas calles. Luego de haber leído el libro de Piotr Jaroszynksy «Ética: el drama de la vida moral«, me percato del doblaje o caracterización del canalla con vestimenta y rostro de gran político proclamando moralidades en las esquinas.

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